Sucede, a
veces, que uno necesita ese empujoncito que le reafirme en sus valores; que le diga
que sí, que está en el camino correcto; que, aunque imperfecto, uno es en el
fondo buena gente. Sí, todos necesitamos a veces ese empujoncito. Somos así,
los humanos. Pero lo del pasado viernes no fue un empujoncito. Fue una sacudida
en toda regla. Lo suele ser, siempre, el congreso de Lo Que De Verdad
Importa. Porque lo que allí se vive, lo que allí se palpa, se respira, se
ve; lo que allí se escucha y se interioriza no son testimonios más o menos
impactantes, más o menos impresionantes; no, lo que allí experimentas son
sacudidas brutales a tu conciencia acomodada, a tu vida de queja y pereza, a tu
“no se puede”, a tu “es que” y a tu “si yo lo intento”. Y no hablo de los cerca
de dos mil jóvenes que tuvieron la suerte –o los reflejos- de conseguir entrada
(otros tantos se quedaron en lista de espera; buena señal de que la generación
siguiente viene con ganas). No, hablo de nosotros, los maduros, los mayores,
los que hoy –se supone- dirigimos el cotarro. O hundimos el cotarro.
Somos el
espejo en el que se miran los niños y los jóvenes de hoy. Somos el ejemplo que
les guía en uno u otro sentido; esa es nuestra responsabilidad, la más
importante quizá (“Hijo, ten cuidado de por dónde andas” “Ten cuidado tú, papá;
yo sigo tus pasos”). Por eso me gusta acudir al Congreso de LQDVI cada año.
Porque nos devuelve a la realidad, a la buena, no a la conveniente; y nos
sacude, y nos despierta. Y nos levanta.
Es lo que
hizo Amuda Goueli. Un tipo que salió
de una aldea nubia perdida entre el desierto y la nada, a orillas del Nilo en el
lugar donde el Nilo es roca innavegable. Un tipo que decidió convertir esa nada
en una empresa modelo, que hoy factura millones (Destinia.com), a base de tesón,
valentía, perseverancia y fe inquebrantable en sí mismo. Un tipo que después de
lograr todo eso y más, aún mantiene los pies sobre la tierra –sobre la arena
del desierto- con una humildad, una cercanía y una sabiduría (“Hay que pasar
por la vida como una esponja, no como una maleta”), que por desgracia no abunda
en estos lares. Y con una simpatía tan contagiosa, tan enriquecedora como su
mensaje. Gracias, Amuda, por tu sonrisa y tu sacudida.
Es lo que
hizo también Lopez Lomong, Lopepe,
un niño de la guerra, secuestrado por las tropas rebeldes en su aldea de Sudán
del Sur a los seis años; que logró escapar, meses después, corriendo durante
tres días con la ayuda de sus anónimos “ángeles”; que sobrevivió corriendo
durante otros diez años en un gigantesco campo de refugiados; que consiguió
llegar a Estados Unidos (adoptado por una familia buena y generosa), donde
siguió corriendo hasta convertirse en uno de los atletas más queridos y respetados
de su país de adopción (fue el abanderado de la Delegación americana en los
Juegos Olímpicos de Pekín). Una maravillosa persona que hoy dedica gran parte
de su tiempo y de su fama a contar su historia para inspirar a otros jóvenes,
con su lección de superación y su mensaje de esperanza. Gracias, Lopepe, por
estrechar mi mano y ensancharme el corazón.
Es lo que
hizo Ryan Hreljac. Un imberbe de 23
años, dos metros de altura y un corazón inabarcable. Y una generosidad verdaderamente
precoz: a los seis años se enteró de que miles de niños morían de sed en África
y no se lo pensó un minuto antes de empezar una cruzada para recaudar fondos
que permitieran construir pozos y dar de beber a todos esos niños. Lo que para
cualquier otro habría sido un simple capricho infantil, en la terca cabeza de
Ryan, en su obstinado corazón, se convirtió en una realidad: desde entonces su
fundación Ryan’s Well Foundation ha
recaudado millones de dólares que han dado de beber a más de 80.000 personas en
16 países de África. Gracias, Ryan, por dejarnos sin excusas.
Es lo que
hizo Antonio Rodríguez (Toñejo para los amigos). ¡Y de qué
manera! Eso sí que fue una sacudida, brutal, de choque, con una potencia que ni
las motos que le llevaron tantas veces al pódium y casi al hoyo. “¿Morirme yo?
¡Ni de coña! ¡Si tengo que seguir compitiendo!” es lo que pensó camino de 16
meses de hospital, con el cuerpo literalmente roto tras el accidente que le
rompió la espalda y le postró en una silla de ruedas de por vida. Una circunstancia
que no le impidió seguir compitiendo, y ganando, en moto de agua e incluso en
camión, en el París Dakar. El testimonio de Toñejo nos hizo reír –a carcajadas-
nos hizo llorar –a lagrimones- y nos enseñó que si pones toda tu ilusión y
estás rodeado de la gente que te quiere es muy difícil no conseguir tus metas,
por inalcanzables que parezcan. Por imposibles que parezcan. Gracias, Toñejo,
por esa montaña rusa emocional que fue tu ponencia (besada de mano de Ángel Nieto incluida). Todavía siento los
temblores de tu sacudida.
Sí, es lo
que tienen los congresos de LQDVI. Que te sacuden por dentro como una ola de seis
metros en Mavericks. Y te dejan baldado. Y renovado. Y es que compartir ocho
horas con tanta gente buena como la que se reunió el viernes en el Palacio de
Congresos (ponentes, jóvenes, voluntarios, organización y amigos de la Fundación Lo Que De Verdad Importa), charlar con Amuda, desoxidar mi inglés con Ryan,
recordar los viejos tiempos de Keeper con Toñejo,
compartir canapés con Lopepe, contagiarme de María Franco, Pilar Cánovas, Carolina Barrantes y todo el equipo de LQDVI, reírme
con Marta Barroso -sin su Él-, añorar el Cantábrico con Rodrigo García (marido de María de Villota), abrazar a María Jesús, Mariaje (orgullosa madre de Irene Villa) comentar el último CÓMO con Marita Antoñanzas o recibir la inyección
de moral de Marimar García Garrido (Mar Afuera) y sus padres, Toni y Loli... pues eso, que te deja como nuevo. Esperando el próximo. Casi con mono de un nuevo chute de valores.
Pero hay remedio para el mono. Para todos aquellos que no han estado en este congreso (los que han estado ya lo saben), la buena noticia es que acaba de salir
el segundo libro de Lo Que De Verdad
Importa, que también he tenido el privilegio de escribir. Con las impresionantes historias de Toñejo y Amuda Goueli, además de las de gente
extraordinaria como María de Villota, Pedro
García Aguado, Sandra Ibarra, Álex Corretja, los protagonistas reales de ‘Intocable’,
Lucía Lantero o nuestro multi medallista paralímpico Xavi Torres, y así hasta 13 (o 12+1, por deferencia a Ángel Nieto, que también estuvo en el congreso) Y, por supuesto, con las imprescindibles imágenes de Daniel Losada, un auténtico retratista
de almas. Un tipo que merecería un capítulo propio en este libro. O en el siguiente.
Lo dijo Jorge Font, ponente habitual de LQDVI: “Si
no lees este libro, no te pasará nada. Pero si lo lees, te pasa algo seguro”. Avisados
estáis. También se puede regalar, es una buena obra.
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