lunes, 12 de octubre de 2020

Rafa Nadal como metáfora






Uno, lo reconozco, tiene una especial debilidad por Rafa Nadal. No como personaje sino como persona; no como héroe lejano al que admirar sino como ser cercano al que imitar. Como ejemplo de lo que debe ser un gran deportista y, por encima de todo, como ejemplo de lo que significa ser una gran persona. Rafa Nadal es un tipo próximo, humilde, sencillo, honesto, optimista, generoso, responsable, sacrificado… enormemente sacrificado. Cuenta su tío y entrenador, Toni Nadal, que no ha entrenado ni jugado un solo día desde 2005 sin sufrir tremendos dolores; dolores que se aguanta en lo más hondo y, pasados por el tamiz de su espíritu luchador y su indestructible disciplina, transforma en fuerza ganadora.

Por eso, en esta España de corruptelas, ambiciones desmedidas, envidias, irresponsabilidad generalizada, trampas, vanidades y egoísmos rayanos en el crimen contra la humanidad, la imagen de Rafa Nadal mordiendo trofeo tras trofeo, batiendo récords sobrehumanos, se me antoja la imagen viva de lo que necesitamos para levantar esto. No me refiero al hecho de la victoria en sí, sino al esfuerzo, el sacrificio, el aguante, el pundonor, el tesón, la entrega, la autoexigencia y la ilusión que han llevado a un Rafa lesionado –para algunos incluso acabado- hace solo unos años, a ser de nuevo un Rafa ganador, el indiscutible número uno. Sin victimismos, sin atajos, sin excusas, tres vicios a los que somos tan aficionados en esta España de políticos sin oficio y con mucho beneficio, de mangantes y farsantes, de incompetentes de manual y del plató de Sálvame como paradigma del éxito social.


La lección de Rafa, la que nos lleva inculcando día a día desde hace tantos años, se puede resumir en una palabra, en un concepto, en un valor (tan en desuso hoy día): Responsabilidad. Como botón, esta anécdota de infancia incluida en el libro Lo que de verdad importa (que he tenido el privilegio de escribir para la Fundación LQDVI):

«En un mundo en el que rehuimos fácilmente cualquier culpa, Rafa se acostumbró desde muy pequeño a que la responsabilidad era siempre suya; hasta tal punto que a veces se pasó: sucedió en un torneo al que Toni acudió con Rafa y otro pupilo; observaba el juego de este último cuando un amigo le dijo que creía que su sobrino estaba jugando (y perdiendo) con la raqueta rota; Toni acudió a la pista y, efectivamente, la raqueta de Rafa estaba rota. Al terminar el juego le dijo: “¿Oye, no crees que deberías saber a estas alturas cuándo tu raqueta está rota?” Y Rafa le respondió: “Es que estaba tan acostumbrado a tener siempre yo la culpa, que pensé que el que jugaba mal era yo, no la raqueta”».

Este es Rafa Nadal. El de las gestas de Wimbledon, Australia y Roland Garros, el talismán de la Copa Davis, el de las dolorosas derrotas; el mismo que decidió compartir su sonrisa y su ilusión con los deportistas menos privilegiados en la ciudad olímpica de Pekín, en lugar de acomodarse en el hotel de cinco estrellas que correspondía a su estatus. El mismo que anima a su Selección cubierto literalmente de rojigualda o el que se parte de risa rodando un anuncio benéfico con su íntimo amigadversario Federer.



"Si dijera que ganar lo que he ganado me ha dado mucha felicidad, no sería demasiado exacto. Las satisfacciones que me ha dado mi carrera responden más a cómo he conseguido las cosas que a las cosas que he conseguido", escribe Rafa Nadal en el prólogo del libro Lo que de verdad importa. "Y yo creo que esto es extrapolable a todos los ámbitos de la vida. Nuestros logros, nuestros objetivos conseguidos deberían responder a unos valores que parece que tenemos olvidados o que nos gusta olvidar. Si he conseguido lo que he conseguido a nivel profesional, ha sido por poner en práctica toda una serie de principios que no están justamente valorados: el trabajo, el esfuerzo, la superación, el respeto, la capacidad de aguante y la ilusión". Valores universales que todos deberíamos practicar para entender lo que de verdad nos convierte en seres humanos, en seres sociales, y que son los únicos que deberíamos admirar. Porque, como afirma Rafa, son los únicos que nos pueden proporcionar la felicidad. La verdadera felicidad, que no es la del dinero fácil, ni la del éxito superficial, ni la del poder a cualquier precio.

Aún estamos a tiempo, creo. De dar la vuelta a esta sociedad sin valores, sin principios, sin metas para recuperar la esencia de lo que deberíamos ser. Esfuerzo, generosidad, sacrificio, ilusión, responsabilidad… Los valores están ahí, sólo tenemos que volver a asumirlos como propios. Nos lo recuerda Rafa Nadal como sólo él sabe hacerlo: con un mordisco y una sonrisa. Esa sonrisa de Rafa, esa alegría innata, que es una carga inagotable de energía positiva que nos llena el depósito de optimismo cada vez que aparece en los medios. Muerda o no muerda trofeo.

¡Gracias, Rafa!



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