viernes, 15 de marzo de 2019

Team Hoyt. Mi padre es mi héroe.




El Ironman es la prueba más dura y exigente del Triatlón: 3.800 metros nadando en mar abierto, 180 km en bicicleta y 42,2 km de carrera a pie. Sólo los atletas más resistentes y preparados tienen el valor de participar, después de años de entrenamiento. Si a esa dureza extrema le añadimos remolcar una pesada barca mientras nadas, cargar con un sidecar acoplado a tu bicicleta y correr empujando una silla de ruedas con un individuo de 70 kilos encima, ya no eres un atleta, eres un héroe. Y hace falta mucho más que el más exigente de los entrenamientos para llegar a la meta. Hace falta sentir mucho amor por ése a quien llevas. Tanto, que verle sonreír mientras tú resoplas por el esfuerzo sea tu mayor recompensa.

Los héroes están en boga. Desde el cine, el cómic, la televisión y los kioscos nos invade una legión de seres extraordinarios provenientes de la tierra, el mar o un planeta lejano, que combaten el mal con poderes prodigiosos y espíritu abnegado y salvan a los humildes mortales de los villanos más crueles, abyectos y retorcidos. No es una moda puntual; en realidad, siempre ha sido así. Desde los héroes clásicos hasta los modernos superhéroes, de Ulises a Spiderman miles de generaciones a lo largo de la historia hemos admirado las hazañas increíbles de esos semidioses invencibles y nos hemos rendido ante sus valores de entrega, honor y justicia. Y eso está bien. Todos necesitamos héroes.

Pero existe una raza de héroes que va más allá de estas superhazañas, que supera a los ídolos de ficción en generosidad, esfuerzo, tesón, sacrifico, valentía. Son los héroes de la vida real; los que entregan su vida por otro, minuto a minuto, veinticuatro horas al día, empujados por un poder muy superior a cualquier superpoder: el amor.

Uno de estos héroes es Dick Hoyt. “Enséñame un héroe y te escribiré una tragedia” escribió Scott Fitzgerald. Si hubiera conocido a los Hoyt habría escrito una historia de amor. Una historia que comenzó en 1962. Y comenzó mal. Cuando Rick nació, el cordón umbilical se enrolló alrededor de su cuello provocándole una parálisis cerebral. Los médicos cercenaron cualquier esperanza, condenando a Rick al estado vegetal de por vida; incluso llegaron a aconsejar a sus padres que lo sacrificaran. “Bueno, esos doctores ya no están vivos; pero me hubiera gustado que vieran a Rick ahora”, reprocha Dick, con cierta tristeza, tal vez pensando cómo habría sido su vida sin la otra mitad del equipo Hoyt. Más vacía, probablemente. Y mucho menos emocionante, con toda seguridad.


Desde muy pequeño, Judy y Dick Hoyt decidieron criar a su hijo de la manera más “normal” posible, junto a sus hermanos menores y en la escuela pública. Intentar convencer a las autoridades de que Rick era capaz de entender aunque no pudiera hablar fue su primera batalla. Y su primera victoria. La segunda fue cuando un grupo de ingenieros se interesaron por su caso, al descubrir sus habilidades de comprensión (“Le contaron un chiste y Rick se partió de risa” cuenta Dick), y desarrollaron un ordenador que le permitía escribir sus pensamientos a través de pequeños movimientos de cabeza.

Pero la historia interesante comienza en 1977. Rick, gran aficionado al deporte, quería participar en una carrera benéfica a favor de un deportista local que se había quedado paralítico. Convenció a su padre, que empujó a Rick durante cinco millas en su silla de ruedas. Terminaron los últimos, pero ese día, por primera vez, Rick no se había sentido como un discapacitado. Éste fue el pistoletazo de salida para una vida dedicada a la competición de maratones primero y triatlones después. “Cuando decidimos participar en un triatlón, papá entrenó hasta 5 horas al día, 5 veces a la semana, incluso cuando estaba trabajando”, recuerda Rick. Y lo que es más, tuvo que aprender a nadar.

Desde entonces, el Equipo Hoyt ha participado oficialmente en mil carreras, incluyendo más de 200 triatlones, 6 competiciones Ironman, más de 60 maratones y un recorrido de 3,735 millas en bicicleta por Estados Unidos. En 2011, a los 70 años, Dick tomó la decisión de retirarse oficialmente de la competición; la edad, un pequeño infarto sufrido en una carrera y el descubrimiento de una arteria obstruida en un 95% aceleraron su decisión. Aunque, según comentó uno de los médicos: “Si no hubieras estado en tan excelente forma, probablemente hubieras muerto hace 15 años.”
Hoy, Rick vive en su propio apartamento, y trabaja en Boston (otro de sus logros: se graduó en la Universidad); Dick, por su parte, vive retirado en Holland, Massachusetts. Pero el Equipo Hoyt siempre encuentra la manera de encontrarse y volver a ‘trabajar’ juntos, dando charlas y conferencias por todo el país o compitiendo en una que otra carrera los fines de semana.


Cierta vez le preguntaron a Rick qué era lo que más desearía darle a su padre; “que él se siente en la silla y que yo pueda empujarlo”, respondió. Este mensaje de entrega, amor y superación que transmite el Equipo Hoyt, ha llegado a miles de personas a lo largo de todos estos años y ha inspirado a muchísimas familias con hijos discapacitados, que han transformado su tragedia en esperanza. “Zachary irá al colegio; mira a Rick Hoyt, si él lo hizo, Zach también puede”, Danya, madre de un niño con parálisis cerebral. “Me dijeron que nunca andaría y después de 40 intervenciones en mi cuerpo, estoy entrenando para mi primer maratón”, Mike, veterano de guerra. “Lloré de emoción al verles correr. Dick me miró y me dijo ‘muchísimas gracias’” Bob, entrenador de atletismo. “Tú y tu hijo sois la inspiración para más gente de la que podáis imaginar”, Kevin, corredor de maratón. “Nancy y yo os enviamos nuestra más calurosa felicitación por vuestra labor humanitaria y ejemplar. Que Dios os bendiga”, Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos.


 “Un héroe lo es en todos los sentidos y maneras, y ante todo, en el corazón y en el alma” escribió Thomas Carlyle. Ése es sin duda el tipo de heroísmo que define a Dick Hoyt. Y a Danya, la madre de Zachary. Y a Begoña y su hijo Luis. Y a Juani y Pedro, su marido. Y a Santiago. Y a Laura. Y a miles y miles de héroes callados cuyo día a día es una hazaña inconmensurable, demostrando que la generosidad absoluta, la entrega total a otro es posible; que el verdadero héroe no necesita más que un poder: el amor, que todo lo puede, que todo lo da sin pedir nada a cambio, salvo, tal vez, una sonrisa, un ‘gracias’, un ‘te quiero’.


3 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo Pepe. El auténtico héroe, no es el que busca ser laureado por el poderoso o el reconocimiento de un triunfo vanidoso, sino el que lucha contra las adversidades y alcanza la verdadera esencia del triunfo, que no es otro que la búsqueda incansable de auténtica razón del ser humano: EL AMOR a sus semejantes a través de un largo entrenamiento en el esfuerzo y la batalla de cada segundo de una vida. Gran artículo Pepe. Estoy contigo a tope. Un abrazo.

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  2. Estas personas dan mucho más de lo que reciben. ¡¡Y pensar que a muchos no los dejan nacer!!...
    Este padre, no sólo es un héroe, es,... ¡¡un santo!!
    Yo conozco a gente, que, como él, (aunque anónimamente) dan la vida por un/a Rick, y te aseguro que no lo cambiarían por ningún otro.
    A veces, tenemos a los Ángeles a nuetro lado y no nos damos cuenta.

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  3. Querido Pepe
    Enhorabuena por el blog y por el maravilloso artículo. Gracias por incluirme entre esos héroes, aunque no estoy segura de serlo, en cambio te diré que cada día , a través de la Fundación Sobre Ruedas conocemos auténticos héroes silenciosos y anónimos que luchan por sus hijos con el unico recurso de sus inmensas sonrisas. A todos ellos aporvecho tambien para darles la enhorabuena por su ejemplo. Todos ellos son "iron man"
    Un fuerte abrazo y continua con esta bonita iniciativa. GRACIAS también en nombre de mi marido Luis y de mi hijo Luisón.

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