Si guardas, en tu puesto, la cabeza tranquila
Cuando todo
a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en
ti mismo una fe que te niegan
y no
desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas,
en tu puesto, sin fatiga en la espera;
Sí, engañado,
no engañas; si no buscas más odio
que el odio
que te tengan.
Si eres
bueno y no finges ser mejor de lo que eres;
Si, al
hablar, no exageras lo que sabes y quieres…
Estos versos -y los que
siguen hasta ese épico final: «Todo lo de esta Tierra será de tu
dominio;Y mucho más aún: serás Hombre, hijo mío»- han presidido mi mesilla de noche desde que, a los 16 o 17 años,
descubrí el eterno poema de Kipling, bellamente enmarcado, en casa de mi
abuelo. Me lo apropié inmediatamente. No solo como posesión, también y sobre
todo como guía, como tabla de valores a los que anclar mi forma de ser y de
comportarme en esta vida incierta. A esa edad en la que uno está formándose
como persona, dudando y renegando de todo y de todos, aquellos inspirados
versos del autor inglés, escritos ochenta años atrás, fueron para mí una luz en
la nebulosa adolescente y los adopté como una ley de vida. Y aún hoy,
sobrepasados los cincuenta y cinco, los releo de vez en vez –siguen sobre mi
mesilla- y me reafirmo en sus valores.
Porque el poema de Rudyard Kipling, considerado como la regla de oro
del comportamiento británico, la gran evocación del estoicismo victoriano –ya sabes,
el dominio de uno mismo frente a la adversidad y las dificultades sin perder la
compostura-, para mí llega mucho más allá. Para mí, es el decálogo definitivo
de los valores universales, el más valioso legado que un padre puede dejar a
su hijo. Toda una ley de vida.
Porque de lo que nos habla If, de manera tan certera y
profunda –y tan fácil de entender- es de valores como la firmeza y el
autocontrol frente a las situaciones de crisis, de la confianza en
uno mismo a pesar de las dudas y los miedos, de la paciencia como
virtud, de soñar alto, pero con los pies en el suelo. Habla de la defensa
de la Verdad, con mayúscula, de levantarse cada vez que caes, de resistir
ante al infortunio sin desfallecer, con bravura, con honor. Habla de la Honradez
y de la Humildad, también con mayúscula, de la empatía y el saber
estar, con los de arriba y con los de abajo; de mantener la dignidad intacta ante
el éxito y ante el fracaso. Habla de la individualidad, de
ser tú mismo, de pensar por ti mismo; de que tú eres tú y eso es siempre lo más
importante, más allá de lo que digan, piensen o insinúen los demás; sin olvidar nunca que tus
actos son tus actos y sus consecuencias son tu responsabilidad. Para lo
bueno y para lo malo. Habla, en fin, del ser humano y de ser humano. Más y
mejores humanos, todos.
Y son estos valores los que he
tratado de seguir –con mayor o menor éxito- desde entonces. Desde aquel día que
cayó en mis manos este poema inmortal enmarcado en oro. Y en una traducción, la
del periodista y escritor Jacinto Miquelena (traductor de Kipling y de
Longfellow), que es una poética delicia, elegante y bella, digna del original. Un
poema que era prácticamente desconocido en la España de aquellos años hasta que
Miquelena, buen conocedor del idioma inglés, la tradujo con gran sabiduría y sensibilidad y llegó
a convertirse en un referente pedagógico de obligado estudio.
Como curiosidad, uno de sus versos más célebres, «If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same», está escrito en la pared de la entrada de jugadores a la pista central de Wimbledon. De hecho, la obra cumbre de Kipling fue leída por Roger Federer y Rafael Nadal para un vídeo promocional de la final masculina de Wimbledon de 2008.
Así que, gracias, abuelo, por esconder este tesoro
de manera que lo encontrara yo, y solo yo, a la edad en que más lo necesitaba.
If (Rudyard Kipling, 1895)
Si guardas, en tu puesto, la cabeza tranquila
Cuando todo
a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en
ti mismo una fe que te niegan
y no
desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas,
en tu puesto, sin fatiga en la espera;
Sí, engañado,
no engañas; si no buscas más odio
que el odio
que te tengan.
Si eres
bueno y no finges ser mejor de lo que eres;
Si, al
hablar, no exageras lo que sabes y quieres.
Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo;
si piensas y
rechazas lo que piensas en vano.
Si tropiezas
al Triunfo, si llega tu Derrota,
y a los dos
impostores les tratas de igual forma.
Si logras
que se sepa la verdad que has hablado
a pesar del
sofisma del Orbe encanallado.
Si vuelves
al comienzo de la obra perdida
aunque esta
obra sea la de toda tu vida.
Si arriesgas en un
golpe y lleno de alegría,
tus
ganancias de siempre a la suerte de un día;
y pierdes y
te lanzas de nuevo a la pelea
sin decir
nada a nadie de lo que es y lo que era.
Si logras
que tus nervios y el corazón te asistan,
aun después
de su fuga de tu cuerpo en fatiga;
y se agarren
contigo cuando no quede nada
Porque tú lo
deseas y mandas.
Si hablas con el
pueblo y guardas tu virtud.
Si marchas
junto a Reyes con tu paso y tu luz.
Si nadie,
que te hiera, llega a hacerte la herida.
Si todos te
reclaman y ni uno té precisa.
Si llenas el
minuto inolvidable y cierto,
de sesenta
segundos que te lleven al cielo…
Todo lo de
esta Tierra será de tu dominio;
Y mucho más
aún: serás Hombre, hijo mío.
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