jueves, 23 de junio de 2022

El día que Kipling se quedó a vivir en mi mesilla de noche

 


Si guardas, en tu puesto, la cabeza tranquila
Cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas, en tu puesto, sin fatiga en la espera;
Sí, engañado, no engañas; si no buscas más odio
que el odio que te tengan.
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres;
Si, al hablar, no exageras lo que sabes y quieres…


Estos versos -y los que siguen hasta ese épico final: «Todo lo de esta Tierra será de tu dominio;Y mucho más aún: serás Hombre, hijo mío»- han presidido mi mesilla de noche desde que, a los 16 o 17 años, descubrí el eterno poema de Kipling, bellamente enmarcado, en casa de mi abuelo. Me lo apropié inmediatamente. No solo como posesión, también y sobre todo como guía, como tabla de valores a los que anclar mi forma de ser y de comportarme en esta vida incierta. A esa edad en la que uno está formándose como persona, dudando y renegando de todo y de todos, aquellos inspirados versos del autor inglés, escritos ochenta años atrás, fueron para mí una luz en la nebulosa adolescente y los adopté como una ley de vida. Y aún hoy, sobrepasados los cincuenta y cinco, los releo de vez en vez –siguen sobre mi mesilla- y me reafirmo en sus valores.

Porque el poema de Rudyard Kipling, considerado como la regla de oro del comportamiento británico, la gran evocación del estoicismo victoriano –ya sabes, el dominio de uno mismo frente a la adversidad y las dificultades sin perder la compostura-, para mí llega mucho más allá. Para mí, es el decálogo definitivo de los valores universales, el más valioso legado que un padre puede dejar a su hijo. Toda una  ley de vida.

Porque de lo que nos habla If, de manera tan certera y profunda –y tan fácil de entender- es de valores como la firmeza y el autocontrol frente a las situaciones de crisis, de la confianza en uno mismo a pesar de las dudas y los miedos, de la paciencia como virtud, de soñar alto, pero con los pies en el suelo. Habla de la defensa de la Verdad, con mayúscula, de levantarse cada vez que caes, de resistir ante al infortunio sin desfallecer, con bravura, con honor. Habla de la Honradez y de la Humildad, también con mayúscula, de la empatía y el saber estar, con los de arriba y con los de abajo; de mantener la dignidad intacta ante el éxito y ante el fracaso. Habla de la individualidad, de ser tú mismo, de pensar por ti mismo; de que tú eres tú y eso es siempre lo más importante, más allá de lo que digan, piensen o insinúen los demás; sin olvidar nunca que tus actos son tus actos y sus consecuencias son tu responsabilidad. Para lo bueno y para lo malo. Habla, en fin, del ser humano y de ser humano. Más y mejores humanos, todos.

Y  son estos valores los que he tratado de seguir –con mayor o menor éxito- desde entonces. Desde aquel día que cayó en mis manos este poema inmortal enmarcado en oro. Y en una traducción, la del periodista y escritor Jacinto Miquelena (traductor de Kipling y de Longfellow), que es una poética delicia, elegante y bella, digna del original. Un poema que era prácticamente desconocido en la España de aquellos años hasta que Miquelena, buen conocedor del idioma inglés, la tradujo con gran sabiduría y sensibilidad y llegó a convertirse en un referente pedagógico de obligado estudio.

Como curiosidad, uno de sus versos más célebres, «If you can meet with Triumph and Disaster and treat those two impostors just the same», está escrito en la pared de la entrada de jugadores a la pista central de Wimbledon. De hecho, la obra cumbre de Kipling fue leída por Roger Federer y Rafael Nadal para un vídeo promocional de la final masculina de Wimbledon de 2008.

Así que, gracias, abuelo, por esconder este tesoro de manera que lo encontrara yo, y solo yo, a la edad en que más lo necesitaba.

If (Rudyard Kipling, 1895)

Si guardas, en tu puesto, la cabeza tranquila
Cuando todo a tu lado es cabeza perdida.
Si tienes en ti mismo una fe que te niegan
y no desprecias nunca las dudas que ellos tengan.
Si esperas, en tu puesto, sin fatiga en la espera;
Sí, engañado, no engañas; si no buscas más odio
que el odio que te tengan.
Si eres bueno y no finges ser mejor de lo que eres;
Si, al hablar, no exageras lo que sabes y quieres.

Si sueñas y los sueños no te hacen su esclavo;
si piensas y rechazas lo que piensas en vano.
Si tropiezas al Triunfo, si llega tu Derrota,
y a los dos impostores les tratas de igual forma.
Si logras que se sepa la verdad que has hablado
a pesar del sofisma del Orbe encanallado.
Si vuelves al comienzo de la obra perdida
aunque esta obra sea la de toda tu vida.

Si arriesgas en un golpe y lleno de alegría,
tus ganancias de siempre a la suerte de un día;
y pierdes y te lanzas de nuevo a la pelea
sin decir nada a nadie de lo que es y lo que era.
Si logras que tus nervios y el corazón te asistan,
aun después de su fuga de tu cuerpo en fatiga;
y se agarren contigo cuando no quede nada
Porque tú lo deseas y mandas.

Si hablas con el pueblo y guardas tu virtud.
Si marchas junto a Reyes con tu paso y tu luz.
Si nadie, que te hiera, llega a hacerte la herida.
Si todos te reclaman y ni uno té precisa.
Si llenas el minuto inolvidable y cierto,
de sesenta segundos que te lleven al cielo…
Todo lo de esta Tierra será de tu dominio;
Y mucho más aún: serás Hombre, hijo mío.

 

 


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