Tiene una fuerza poderosísima, una agilidad extraordinaria y un instinto arácnido que le avisa de cualquier amenaza con matemática precisión. Se ha enfrentado a los peores supervillanos, ha limpiado las calles de Nueva York y luchado en extraños planetas junto a otros superheroicos colegas. Fuerte, inteligente, poderoso, valiente… Pero, por encima de todo, es el más humano de los superhéroes. Y eso es lo que le ha hecho verdaderamente único. El favorito de millones de fans desde hace 60 años.
Hubo un tiempo, allá por los albores de la
II Guerra Mundial, en que el mundo estaba necesitado de superhéroes. Los héroes
de carne, sangre y hueso ya no eran suficientes para enfrentarse al nivel
descomunal de maldad que el mundo estaba engendrando. Nazismo, comunismo,
genocidio, bomba atómica y demás grandezas humanas necesitaban una
contrapartida limpia capaz de enfrentarse a ellas con una cierta esperanza de
victoria. Así, los primeros superhéroes nacieron tan superpoderosos como
inmaculados, sin un atisbo de mancha en sus currículums, sin una mínima
flaqueza en sus valores, sin una arruga en sus resplandecientes uniformes.
Hasta
que llegó Stanley Marvin Lieber, alias Stan Lee. En 1961 la Marvel no
atravesaba un buen momento –su particular kriptonita era DC Comics, la editora
de Superman y Batman- y encargó a su mejor hombre renovar el elenco de
superhéroes en decadencia que mantenían a duras penas la casa en pie. Stan Lee,
en perfecta complicidad con el genio ilustrado de Jack Kirby, creó en solo tres
años el olimpo del cómic moderno, habitado por dioses como The X-Men, Hulk
(aquí la Masa), Thor, Los Vengadores, Iron Man (aquí el Hombre de Hierro) y
Spiderman. La genial novedad de estos nuevos superhéroes no eran, sin embargo,
sus superpoderes. Más bien todo lo contrario: eran, precisamente, sus
flaquezas. Gracias al talento de Lee y Kirby, los superhéroes se volvieron
humanos, esto es, débiles, imperfectos, con más de un punto oscuro en su pasado
y en su presente, y unos valores no siempre definidos. Con dudas. Con miedos. “No
hay nadie que no pase una mala época –lo explicó Lee-. Cuando estábamos
escribiendo todos esos comics, Kennedy parecía tener una vida perfecta... hasta
que alguien le voló la cabeza. Todos tenemos problemas y todos tenemos
sufrimientos secretos”.
De todos ellos, el
más humano –en el sentido más amplio- fue, sin duda, Spiderman. Y, por tanto, con
el que más fielmente se podía identificar un quinceañero inquieto, inseguro y
semi perdido en los difusos caminos de la adolescencia. Porque, en el fondo,
todos éramos Peter Parker. Un tipo normal tirando a tímido, que sufre lo
indecible en su primera cita, con escasos amigos incondicionales y abundantes
enemigos declarados, con sus obsesiones y sus miedos, con el cariño sin fisuras
de su tía May, con sus trabajos basura y su particular tirano, con sus grandes
luchas interiores y sus pequeñas pero importantes victorias; ¡hasta con sus
exámenes! Y siempre con el descomunal peso de su responsabilidad irrenunciable
(“Recuerda, Peter: todo gran poder conlleva una gran responsabilidad”). Un
héroe, vamos. El héroe mundano al que todos aspirábamos legítimamente. Y es
que, si ya éramos Peter Parker ¿por qué no podíamos ser también Spiderman?
Superhéroe de carne, hueso y alma
Porque Spiderman,
además de ser Peter Parker (o sea, nosotros), como superhéroe era también el
más cercano. Nada que ver con el perfecto Supermán, ni con el oscuro y
millonario Batman, ni con el endiosado Thor o el bipolar Hulk, ni con el seco
Namor (el hombre submarino), ni con el impertinente y archimillonario Iron Man,
ni con el engreído Antorcha, ni con los demás superhéroes al uso; fantásticos,
sí, pero también antipáticos, lejanos, maduros, serios. Spiderman era como era,
único y genial con sus bravatas, sus provocaciones y su imponderable ironía;
capaz de soltar un chiste mientras esquiva los mortíferos tentáculos del Doctor
Octopus o de pensar en su cena con Mary Jane al tiempo que se enfrenta a su más
fiel archienemigo, el Duende Verde. Spiderman era, ante todo, simpático; te
caía bien. Punto. También tenía sus dramas, claro (tal vez lo mejor de los
extraordinarios guiones de Stan Lee, su dimensión más atormentada y emotiva);
especialmente su punto débil, tía May; o la traición inesperada de su fiel
amigo Osborn; o sus vaivenes amorosos. Y el permanente peso de su condición de
superhéroe, insoportable a veces, hasta el punto de querer abandonarlo todo:
“Cuando me convertí en Spiderman sólo era un adolescente irreflexivo. Pero han
pasado los años y el mundo ha cambiado… ¡Y tarde o temprano, todo muchacho debe
abandonar sus juguetes y convertirse en hombre!” reflexiona cabizbajo Peter
mientras se aleja bajo la lluvia; en primer plano, el uniforme de su alter ego
abandonado, tirado en un cubo de basura (número 50 de El asombroso Spiderman).
Spiderman nació –casi para morir, debido a las reticencias del director editorial, Martin Goodman, que pensaba que las arañas no eran del gusto del público- en el último número (agosto de 1962) del comic book de Marvel Amazing Fantasy, con guion de Stan Lee y dibujos de Steve Ditko (“A Stan se le ocurrió el nombre. Yo diseñé el traje, el artilugio de las redes y la spider señal”). Por primera vez el héroe es un perdedor, Peter Parker, un adolescente enclenque y empollón, apocado y con un aire de cotidianeidad inédito en el mundo superhéroe; en una clase de ciencias es picado por una araña radiactiva que le proporciona poderes extraordinarios (fuerza, agilidad, intuición) y también una carga extraordinaria. Al tiempo que va descubriendo sus nuevas habilidades (“¿Qué me sucede? Me siento… diferente. ¡Parece como si todo mi cuerpo se cargara con algún tipo de energía fantástica!”) va tomando también conciencia de su responsabilidad. Y el público americano va convirtiendo, número a número, al peculiar trepamuros en su héroe favorito.
Spiderman nació –casi para morir, debido a las reticencias del director editorial, Martin Goodman, que pensaba que las arañas no eran del gusto del público- en el último número (agosto de 1962) del comic book de Marvel Amazing Fantasy, con guion de Stan Lee y dibujos de Steve Ditko (“A Stan se le ocurrió el nombre. Yo diseñé el traje, el artilugio de las redes y la spider señal”). Por primera vez el héroe es un perdedor, Peter Parker, un adolescente enclenque y empollón, apocado y con un aire de cotidianeidad inédito en el mundo superhéroe; en una clase de ciencias es picado por una araña radiactiva que le proporciona poderes extraordinarios (fuerza, agilidad, intuición) y también una carga extraordinaria. Al tiempo que va descubriendo sus nuevas habilidades (“¿Qué me sucede? Me siento… diferente. ¡Parece como si todo mi cuerpo se cargara con algún tipo de energía fantástica!”) va tomando también conciencia de su responsabilidad. Y el público americano va convirtiendo, número a número, al peculiar trepamuros en su héroe favorito.
Las ventas de aquel
marginal número 15 de Amazing Fantasy
fueron tan espectaculares que Goodman se olvidó de su aracnofobia y ordenó la
creación de una colección propia para el enmascarado: The Amazing Spider-Man (“El asombroso Hombre-Araña”), que lanzó su
primera red en marzo de 1963 a las órdenes de la pareja creativa Lee/Ditko.
Ambos mantuvieron a Spiderman en lo más alto del ranking durante 38 números,
pero en julio de 1966 la pareja rompió por desavenencias creativas (concretamente
revelar o no la identidad secreta del Duende Verde) y el mítico dibujante John
Romita tomó el relevo de Ditko, con nuevas ideas que dotaron al personaje de su
personalidad definitiva, única e inimitable. Romita creó un Spiderman más
romántico y musculoso, y también más irónico y dramático; más profundo; más
humano. Las aventuras tomaron un tono más épico y realista, y los personajes
femeninos adquirieron a su vez mayor protagonismo, en especial la frágil Gwen
(el gran amor de Peter) y la divertida vecina Mary Jane (“¿Sabes, tigre? Te
acaba de tocar la lotería”). Después de innumerables citas, dudas, peleas,
reconciliaciones y rescates de las garras del villano de turno, y tras la
trágica muerte de Gwen a manos del Duende Verde, finalmente sería la explosiva
pelirroja Mary Jane la que, años después, atraparía a Spiderman en su red,
convirtiéndolo en un hombre casado.
El número 500
Peter Parker fue
creciendo como personaje; acabó sus estudios y se convirtió en el científico
que siempre había querido ser. Pero nunca pudo abandonar a Spiderman. Sí lo
hicieron Romita y Lee, tras cinco años de fructífera relación, en la que
siempre se ha considerado, por expertos y fans, la más esplendorosa etapa del
superhéroe arácnido. Otras manos y talentos se encargaron de dar forma a nuevas
aventuras del lanzarredes, solo y en compañía de otros héroes de la casa (Marvel Team-Up). Años después se creó
una serie más centrada en la vida privada de Peter (Peter Parker, The Spectacular Spiderman) que se desarrolló en
paralelo a las aventuras de Amazing.
Más o menos en forma,
el hombre araña superó una década tras otra balanceándose por los rascacielos
neoyorkinos, persiguiendo y siendo perseguido, hasta superar los 500 números
(mítica cifra alcanzada en diciembre de 2003), un más que meritorio récord en un
mundo de escasas fidelidades prolongadas y juventudes hambrientas de novedades.
Sobre todo teniendo en cuenta las numerosas reconversiones editoriales a las
que se ha visto sometido el personaje, algunas de la cuales han estado a punto
de acabar definitivamente con él. Algo que no han conseguido en 50 años ni el Duende
Verde, el Lagarto, el Buitre, el doctor Octopus, el Hombre-Arena, Kraven y J. J.
Jameson todos juntos.
Con un buen puñado de películas estrenadas en los últimos años (la última, por ahora, Spiderman, lejos de casa), además de su reciente unión a la exitosa saga de Los Vengadores, un filón que parece no tener fin, está claro que el héroe favorito de nuestra
adolescencia –y un poco más allá- está vigente y en plena forma; que no
andábamos muy desencaminados cuando lo hicimos nuestro, primero en papel y ahora en pantalla grande (con la escusa de llevar a nuestros hijos); y que debimos haber
tenido más cuidado a la hora de guardar los comics originales, que
desaparecieron de nuestro cajón secreto en alguna oscura y traicionera ‘operación
limpieza’ materna. Lástima que nuestro sentido arácnido no funcionara bien aquel día.
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