Fue uno de los más
grandes actores de todos los tiempos (el más grande, para muchos). Fue
paradigma de la naturalidad, de la contención expresiva, de la honestidad ante
las cámaras, de la sobriedad de gestos (nadie decía tanto con tan poco); dominó
la comedia y el drama, estuvo soberbio en el western y tan creíble en la
aventura como el que más; fue juez en Nuremberg y periodista cínico y viejo pescador
y pescador intrépido y abogado de Darwin y víctima furiosa y cura forjador de
hombres y político en retirada y padre de la novia y suegro interracial y
Edison y Dr. Jekyll y Mr. Hyde y simplemente Adán de su costilla. Hablamos,
claro, de Spencer Tracy. El gruñón entrañable, el borracho irlandés, el
adúltero enamorado, el apasionado indomable, el americano medio que estuvo muy
por encima de la media.
Fue muchas cosas y casi todas
buenas. Pero, sobre todo, fue la costilla de Katharine Hepburn. En el cine, sí
(formaron la pareja que científicamente tenía más química en la pantalla, según
la Royal Society
of Chemistry); pero por encima de todo, en la vida real. Ambos se conocieron en
1941, durante el rodaje de La Mujer del
Año. “Me temo que soy un poco alta para usted, señor Tracy” dijo Kate, al
ser presentados; “No se preocupe, señorita Hepburn –respondió él— La rebajaré
hasta dejarla a mi altura”. Ella, una señorita culta, de la alta sociedad,
liberal, deportista, independiente y rebelde. Él, descendiente de irlandeses,
católico y convencional, terco, autoritario, alcohólico y mujeriego. A priori,
no parecían la pareja perfecta, precisamente.
Y sin embargo, desde esa primera
vez, trabajaron juntos en otras ocho películas, algunas tan memorables como La Costilla de Adán o El Estado de la Nación; y desde ese
primer encuentro, vivieron una historia de amor de 26 años, lleno de trabas y
de complicidad a un tiempo. Un amor no consumado, discreto y autocensurado (él
estaba casado y sus convicciones católicas le impedían divorciarse), pero tan entregado,
tan honesto, tan devoto y tan fiel que sólo pudo separarles la muerte.
Precisamente, fue en su última
película juntos donde esas cotas de complicidad en el escenario y en la vida
real alcanzan su máximo más absoluto (una cima que nadie ha alcanzado jamás en la
pantalla). Adivina quién viene esta noche no es sólo una gran película, magníficamente dirigida por Stanley
Kramer, con un guión perfecto (ganador del Oscar), con memorables actuaciones
de todo el reparto (Sidney Poitier está inmenso) y que trata con inteligencia,
humor y abundantes dosis de sentido común el problema de las relaciones
interraciales en una época convulsa (“Sois dos seres maravillosos, que
os habéis enamorado y que, en definitiva, sólo tenéis un simple problema de
pigmentación”). Es, además, la última
película de Spencer Tracy, su legado póstumo. Y, lo que es casi más importante,
la última película que compartieron Tracy y Hepburn. Y ambos lo sabían (él
estaba ya muy enfermo; precisamente los últimos 5 años Kate había abandonado el
cine para dedicarse exclusivamente a cuidar a Spencer). Por eso, el mítico
discurso final de Matt Drayton, su personaje, trasciende la película y se
convierte en la declaración de amor más sinceramente conmovedora de la historia
del cine, porque cada palabra estaba dedicada no a Christine Drayton, sino a
Katharine Hepburn:

Y en este instante, él se queda mirando fijamente a Katharine, que tiene los ojos llorosos fijos en los suyos, y le dedica una leve sonrisa y un guiño de infinita complicidad. Durante todo este lapso, que dura 10 larguísimos segundos, el tiempo se detiene y sólo existen ellos dos. No hay cámaras, ni actores, ni director, ni técnicos; no hay actuación. Esos 10 segundos de mirada profunda y cómplice resumen una historia de 26 años.
Dos semanas después de finalizar
la película, Spencer Tracy se levantó de madrugada para prepararse un té
caliente; Katharine oyó el golpe de la taza haciéndose añicos contra el suelo.
Spencer había sufrido un ataque al corazón; murió en los brazos de Kate. Era el
10 de junio de 1967. En el funeral por el alma de Spencer Bonaventure Tracy,
celebrado en la iglesia del Inmaculado Corazón de María, estuvo presente todo
Hollywood para despedir a una de sus grandes estrellas y dar el pésame a sus
hijos y a su viuda, Louise Treadball Tracy. Mientras, Katharine Hepburn, a solas con su
dolor, permanecía encerrada en su casa, por respeto a la mujer legal de
Spencer.
Ella ganó el Oscar por su
actuación, que dedicó al amor de su vida: “Siento como si se lo hubiera robado
a Spencer”. Aunque nunca se atrevió a ver la película, pues, según confesó, le
traía recuerdos demasiado tristes, demasiado profundos, demasiado dolorosos.
Había perdido mucho más que su costilla.
Pero Spencer Tracy no murió del
todo. Aún le quedaba una última película, una interpretación magistral 32 años
después de su muerte: Carl Fredricksen, el viejo gruñón y entrañable de ‘Up’,
cuyo único deseo es cumplir la última voluntad de su mujer, de su amor, Ellie,
llevando en globo su casa hasta el paraíso que ella había soñado. Un homenaje
póstumo a la altura del mito.
Os dejo el monólogo final de Spencer Tracy en Adivina quién viene esta noche, sin duda una de las escenas más emotivas y románticas de la historia del cine. Y de la vida real. Siempre me saca una lágrima o dos...
Os dejo el monólogo final de Spencer Tracy en Adivina quién viene esta noche, sin duda una de las escenas más emotivas y románticas de la historia del cine. Y de la vida real. Siempre me saca una lágrima o dos...
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