Lo escribió Michael O’Brian en La Última Escapada:
“El precio que hay que pagar por una familia feliz es la muerte del egoísmo”.
Loli, Toni y sus seis hijos no es que hayan matado el egoísmo, lo han
pulverizado. Directamente. Ésa es la única razón (si es que la razón tiene algo
que ver con esto) que explica su felicidad fuera de lo común.
Porque la familia García Garrido es, para empezar, una
familia fuera de lo común, aunque ellos no se ven distintos de otros
matrimonios con familia numerosa. El caso es que de los seis hijos de Loli y
Toni, tres han nacido con, digamos, problemas. La mayor, Marimar (célebre por su documental Mar Afuera), padece desde
los 6 años una enfermedad degenerativa sin diagnóstico, que ha ido paralizando
su cuerpo progresivamente, año tras año, músculo a músculo, hasta que hoy, a
sus 25 años, sólo puede mover los músculos del cuello y de la cara. Una circunstancia
que, como ella misma dice, “no me quita las ganas de vivir”. La prueba es que
acude todos los días a la Facultad, donde estudia Periodismo (su ilusión,
o su meta, es dirigir un periódico), viaja a menudo, se divierte con su cuantioso grupo de amigos y participa en multitud de conferencias y charlas (es ponente habitual del Congreso para Jóvenes con Valores organizado por la fundación Lo Que De Verdad Importa).
A Marimar la
siguen Isabel , de 24, que estudia Psicología, la rama de
Criminología (influencias de CSI, supone su madre); Miguel Ángel, con 23 años y
síndrome de Down, y que es el ángel de la casa; Rocío, de 19 años, que este año
se examina de selectividad; José Luis, de 17 años, apasionado deportista; y
Pablo, 10 años, que padece acondroplasia (el tipo más frecuente de enanismo,
para entendernos), enfermedad que impide el crecimiento normal de los huesos,
pero que a Pablo no le impide nada más, ni ser el crack de la clase al fútbol
ni jugar a baloncesto como un campeón (cuenta su madre cómo se pasó 3 semanas
tirando a canasta sin encestar, día tras día, con una fuerza de voluntad
invulnerable, hasta que metió la primera; y de ahí, a no fallar ni una. Un
verdadero luchador).
“Le puede pasar a todo el
mundo ”, dice Loli, “No es una situación tan excepcional; lo
importante es tener una visión real de las cosas, afrontarlas de cara”. Sobre
todo cuando en esa cara hay siempre una sonrisa. Loli y Toni lo tienen claro, una
familia numerosa es más fácil de educar: sale el instinto de supervivencia de
cada uno; los hijos se hacen más autónomos antes, se ayudan entre ellos, son más
generosos… es una auténtica “Escuela de Virtudes”. Por supuesto que hay
problemas, y días malos, y momentos de bajón, y ganas de tirar la toalla, a
veces; pero esa sensación apenas dura unos instantes. Para los niños, el hecho de
tener un hermano con problemas es una experiencia de vida única, una lección
magistral que les enseña a convivir con ello, lo ven como algo natural. “Mis
hijos han salido beneficiados”, dice su madre, con un brillo de orgullo en la
mirada, “y nosotros también. Yo he aprendido de todos mis hijos, especialmente
de Miguel Ángel.” Cuenta cómo un día, todos reunidos en la cocina, charlaban
sobre el mejor amigo de cada uno. Cuando llegó el turno de Miguel Ángel, éste
exclamó “¡Vosotros todos unos locos! El mejor amigo es Jesús”; intentaron
convencerlo de que se referían a otro tipo de amigo, al que más quieres, con el
que más juegas y hablas… Y él, muy serio, zanjó: “El mejor amigo es el que más
te quiere”. Punto. Esa profundidad, esa intuición, esa capacidad de comprensión
de Miguel Ángel le confirmó a Toni y Loli dos cosas: que Dios les está ayudando
cada día y que en esta casa nunca hay que dar nada por sentado.
Otra de las lecciones diarias es
que el sufrimiento es una escuela, en la que hay mucho que aprender. Tú decides
si quieres o no; si aprendes superas la prueba, si no, suspendes. Al final, “todo
está en la escala de valores que tú tengas”. Pero no es sólo una cuestión de
sufrimiento, también de voluntad, y de esfuerzo, y de ganas de vivir. “Toni es
un luchador, siempre mira hacia delante, desde el minuto uno; y nuestros hijos
han salido a él”. Por ejemplo: cuando Marimar fue a examinarse de
Selectividad, le negaron la adaptación curricular y la obligaron a realizar el
examen con todos los demás alumnos, en la misma aula y con el mismo tiempo, no
querían “favoritismos” (ella, claro, no podía ni siquiera usar el bolígrafo).
Se tiró llorando de jueves a domingo, hasta que dijo “¡Basta! Se van a enterar
de quién soy yo”. Y se enteraron: después de tres días de examen oral,
incluyendo matemáticas (¡toma “favoritismo”!), aprobó con nota. Decía El
Principito que la peor barrera es la que tenemos nosotros en nuestra cabeza.
Por eso Marimar nunca se ha quejado, no ha perdido la alegría, y ni siquiera ha
necesitado un psicólogo. Aunque suene excesivo decirlo, es feliz con su enfermedad.
Se siente muy útil hacia los demás, por poder demostrar que es capaz de hacer
muchas cosas y ser una persona “normal”, como ya hizo en el famoso documental Mar afuera, que fue una respuesta
rebosante de vida y optimismo al pesimismo oscuro de Mar adentro, la película de Amenábar.
En esta sociedad egoísta, hipócrita
y cobarde, Loli, Toni, Marimar y sus hermanos nos abren bien los ojos, nos
apartan la mirada de nuestros ombligos y nos dan una lección de fe y de coraje,
de amor y generosidad sin medida, sin condiciones. Tal vez sea éste el secreto
de su felicidad.
¡Gracias por tantas historias edificantes!
ResponderEliminar"Nosotros todos unos locos". Muchísimas gracias.
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