«Que yo recuerde, desde que tuve uso de razón quise ser un gánster».
Con esta
inequívoca declaración de intenciones de un curtido por la vida Henry
Hill arranca la obra maestra de Martin Scorsese, Uno
de los nuestros (Goodfellas, 1990). A lo largo de la película, el niño
Henry va creciendo y ascendiendo en el escalafón de la Familia, disfrutando de
los placeres inagotables que otorga el poder, y del poder intocable que otorga
el dinero. Desde muy joven, el gánster —magistralmente interpretado por Ray
Liotta, y que existió
en la realidad— sabe perfectamente qué significa eso de ser "uno de los
nuestros": «Para mí, ser gánster era muchísimo mejor que ser presidente de
los Estados Unidos. Antes de acudir por primera vez a la parada de taxis
buscando un trabajo para después del colegio, sabía que quería ser uno de
ellos, sabía que allí estaba mi futuro. Para mí, ser uno de ellos significaba ser
alguien en un barrio lleno de don nadies. (…) Para nosotros vivir
de otra manera era impensable, la gente
honrada que se mataba en trabajos de mierda por unos sueldos de miseria, que
iba a trabajar en metro cada día y pagaba sus facturas estaba muerta, eran unos
gilipollas, no tenían agallas. Si nosotros queríamos algo lo
cogíamos».
Yo no sé si Santos Cerdán, Ábalos, Koldo y demás Familia quisieron ser gansters desde que tenían uso de
razón. Ignoro a qué temprana edad se convencieron de que no querían ser
un don nadie matándose en un trabajo de mierda por un sueldo
de miseria. Tampoco sé exactamente cuándo empezaron a conocer el verdadero
significado del lujo, el poder y el miedo que otorga el dinero, si fue con su
primera paga o con su primer trapicheo juvenil. Y desconozco por completo si se
sienten gilipollas cada vez que pagan una factura y si se han sentido
gilipollas alguna vez (Ábalos sí, parece ser). Ni lo sé ni me importa. Lo que
sí me importa, y mucho —y además me cabrea, y muchísimo—, es que se hayan
tirado tropecientos años alimentando su bolsillo a cuenta de la mamandurria
política, acumulando mordidas y
trapicheos y amaños y favores sexuales mientras clamaban su honestidad y su
feminismo por todos los rincones; viviendo por encima del bien y del mal,
con total desprecio y desdén hacia la ética más elemental. Ser un tipo
despreciable y un putero no es delito, pero robar –robarnos- sí. Y amañar
elecciones también, aunque sean del partido. Y mentir en sede parlamentaria y
ante el juez, también. Y enchufar a tu putita en empresas del Estado, también.
Y adjudicar contratos millonarios a los amiguetes, o a uno mismo, también. Y prevaricar
y ocultar pruebas y amañar concursos públicos y comprar favores y repartirse el
dinero ajeno y un largo etcétera, también. Y jugar con la vida de las personas
en plena pandemia, aún más.
Pero seres tan despreciables como este trío calavera (y los que quedan por
destapar, ministros/as incluidos) no habrían mangoneado tantos años a sus
anchas, creciendo y ascendiendo en el escalafón de la Familia, disfrutando de los placeres inagotables que
otorga el poder y del poder intocable que otorga el dinero, si la Familia (el
Partido) y su Capo no lo hubieran permitido. El Partido, sí. Con sus
dirigentes y sus militantes en pleno. ¿Acaso eran intocables, los Tres del
Peugeot? ¿Acaso nadie osaba? ¿Acaso nadie sospechaba? ¿Acaso nadie sabía? O es
que nadie quería saber. Es curioso que cuando se empezó a destapar la alcantarilla
(hace unos meses ya; o incluso más), el Partido y sus voceros miraban
hacia otro lado mientras juraban y perjuraban limpieza absoluta, desinfección
total; todo bulos y fango de la ultraderecha, de los pseudomedios, de la UCO
patriótica. Pero ahora resulta que la cosa (la “cosa nostra”) viene de muchos
años atrás, tiempo en el que no se ha hecho NADA. No se ha limpiado NADA. No se ha desinfectado
NADA.
«Es uno de los nuestros —se habrán susurrado unos a otros—, no podemos entregarlo a la masa rencorosa, a los ultras. Eso nos salpicaría. Y perderíamos credibilidad. Y votos. Y necesitamos esos votos por el bien de España. Nuestro votante entenderá». Y el votante se habrá susurrado, en voz muy bajita para que su conciencia no lo escuche: «Los otros también lo hacen; y además lo hacen mucho más». Ya sabes, el novio de Ayuso, Gurtel, la guerra de Irak, Franco, la explotación de las Indias por los Reyes Católicos…
Esto es España. Y aquí ser "uno de los nuestros" lo justifica todo. Porque los otros roban más. Los otros mienten más. Los otros son más malos. Malísimos, oye. Nosotros no, nosotros somos buenos y si hacemos algo malo es por el bien común, por el progreso, por el feminismo, por la democracia. Y los otros dirigentes callan y conceden. Y los barones y los militantes y los votantes y los socios… todos callan y conceden. Lo gracioso es que luego se quejan de que aborrezcamos a la clase política. «¡No somos todos iguales!» vociferan, indignados. ¡Indignados, ellos! Pero sí, son todos iguales; porque, aunque no lo hagan lo justifican, o no lo denuncian, o no lo persiguen, o no lo investigan, o no piden que se investigue. Sólo cuando la mierda les salpica de lleno se llevan las manos a la cabeza y braman (o hacen pucheros), con afectado dramatismo: «¡tolerancia cero contra la corrupción! ¡el que la hace la paga! ¡que actúe la Justicia caiga quien caiga!»… mientras esperan que un nuevo escándalo de "los otros" camufle su pestilente hedor a podredumbre.
El mapa de la corrupción en esta Familia tan progre, tan honrada y tan
feminista es vastísimo y variadísimo; no son sólo los del Peugeot. El Fiscal
General, la cátedra de la señora de Sánchez, el hermanísimo, los ministros de
las mascarillas, el aforado de Extremadura, las empresas contratantes, el amiguito
de Delcy y Maduro, el rescate de Air Europa, los favores, Navarra… Pero no pasa
nada, nadie paga nada. Todo es un bulo
hasta que se demuestre lo contrario. Y cuando se demuestre, también. Aquí
nadie va a chirona (¡ni siquiera Griñán y compañía!). Ya lo arreglaremos. Ya lo
esconderemos. Aquí, todos a una. Somos Familia. Somos intocables.
Y éste es el
verdadero mal de España. La maldita impunidad. El saberse justificado y
arropado por "los nuestros". Como la mafia.
Y lo peor, lo verdaderamente triste y patético, es que estos chorizos de medio pelo, y todos esos corruptos y sinvergüenzas, lo que están robando son nuestras carteras, nuestras pensiones, nuestro trabajo, nuestros desvelos, nuestro futuro y el de nuestros hijos. Nos están robando nuestro dinero, a manos llenas, para disfrutar de los placeres inagotables que otorga el poder, y del poder intocable que otorga el dinero. Con la impunidad de nuestro silencio, de nuestra cobardía o de nuestra impotencia. Y con la sucia complicidad de la maquinaria política y mediática del Estado.
¡Gracias a
Dios que tenemos a la UCO y al periodismo comprometido con la verdad!
Termino
con una imagen rotunda, demoledora, salida de la fuente inagotable de irónica
sabiduría que son los Asterix de Uderzo y Goscinny.
Una viñeta antológica (ver “Asterix en Helvecia”) que podría perfectamente
ilustrar la portada del Informe de la UCO. Y esa frase lapidaria, indignada,
sobreactuada, ¿no te la imaginas en boca de Ábalos, Koldo o Cerdán? «¡ME HAN NOMBRADO POR UN AÑO! ¡DISPONGO DE UN
AÑO PARA HACERME RICO! Antes de que Roma reaccione, ya estaré lejos. ¡Lejos y forrado! Mi vida será un laaargo y continuado banquete…» Una orgía memorable
en el Parador de Teruel, o en el de Siguenza, con la Jesi, la Anais, la rumana,
Miss Asturias, la Carlota, la Jeni, la Nicole…
Repito: ¡Gracias a Dios que tenemos a la UCO y al periodismo comprometido con la verdad!