Coca-Cola fue creada el 8 de mayo
de 1886 en la ciudad de Atlanta (Georgia) por el farmacéutico John S.
Pemberton, quien desarrolló la fórmula de un jarabe comercializado como “tónico
efectivo para el cerebro y los nervios”. Hoy no sólo es la bebida más popular
del mundo, también una marca capaz de protagonizar películas, entrar en el
MOMA, designar sedes olímpicas y hasta crear iconos universales, como Santa
Claus.
John Pemberton inventó el producto, sí, pero la
aportación de su contable, Frank
Robinson, resultó casi más importante e imperecedera: fue él quien ideó la
marca y diseñó el logotipo. Esa característica tipografía cursiva (Spencerian Script), reconocida en los
cinco continentes, y ese nombre, pronunciado por millones de personas cada día,
tienen mucho más valor, y sobre todo, mucho más poder que el refresco en sí. Un
poder al que sin duda ha dado unos buenos empujones la emblemática publicidad
de la marca.
Desde el pasacalle colgado en la
farmacia Jacob, invitando a los
peatones a disfrutar de la Coca-Cola,
o el primer anuncio, publicado en el Atlanta
Journal el 27 de mayo de 1886, en el que se vendían sus innovadoras
cualidades (“Deliciosa, Refrescante, Estimulante y Vigorizante”; “Cura el dolor
de cabeza”), hasta la famosa campaña de “La Chispa de la Vida” o las más
recientes “Para todos” (que nos llegó de Argentina), “El lado Coca-Cola de la
vida” o “El color de la felicidad”, la publicidad de la marca ha trascendido al
propio marketing para colarse en nuestras vidas y entrar a formar parte de
nuestras familias, de nuestra cultura, de nuestras costumbres, de nuestra
diversión… de nuestras emociones. Éste es su secreto: haber sabido crear unos anclajes
emocionales absolutamente firmes con sus consumidores generación tras
generación, adaptándose a cada tiempo; y además, transmitiendo siempre valores
positivos como familia, amistad, compañerismo, esfuerzo, ilusión, solidaridad,
alegría de vivir…
Todo, además, acompañado por una banda sonora que ha trascendido
igualmente a la mera publicidad. Las canciones de los anuncios de Coca-Cola son una categoría en sí
mismas. Originales o adaptadas, cada una de ellas a lo largo de la historia ha
sabido conquistar a su generación. En 1971, la canción del anuncio de Coca-Cola
“I'd Like to Teach the World to Sing (In
Perfect Harmony)”, interpretado por The
New Seekers (un grupo multicultural de adolescentes), obtuvo tal resonancia
que se editó en versión completa y llegó a ser Nº 1 en Reino Unido y Nº 7 en
USA. Y como éste, varios han sido los temas que han alcanzado las primeras
posiciones en las listas de éxitos americanas y europeas. Y españolas, claro:
¿quién no recuerda el Pita Pita Del o
el Chihuahua de hace unos años? Un
logro sólo igualado por Kodak (una sola
vez) con aquella magnífica canción de Paul
Simon, Kodachrome.
Estas son algunas de las claves que explican que, de los nueve
refrescos diarios que vendía Coca-Cola en 1886, hoy se consuman cerca de 8.000
cada segundo. Y que de los 20 empleados de la compañía en 1899 se haya pasado a
la escalofriante cifra de 8.000.000 de personas que trabajan en la actualidad
para Coca-Cola, directa o indirectamente.
La botella “contour”… ¿una mujer?
Otro de los iconos inconfundibles de Coca-Cola es su botella
“contour”. Y también otra de las famosas leyendas sobre la marca refutadas por
la historia real. La leyenda dice que la silueta más reconocida del mundo está
inspirada en las curvas de una mujer. La historia afirma que esas sugerentes
curvas son, en realidad, las de un grano de cacao. Veamos: a finales de 1915 la
empresa Root-Glass recibe el encargo
de diseñar una nueva botella. El diseñador Earl
Dean, buscando inspiración en los ingredientes del producto, encuentra en
las páginas de la Enciclopedia Británica una ilustración del grano del cacao,
cuya forma aflautada le llama la atención, y la toma como referencia. Dean
acaba su prototipo y lo presenta en la convención de embotelladores de 1916,
donde es elegido frente a otros diseños. Ese mismo año se empiezan a fabricar
las primeras botellas “contour”, basadas en el grano de cacao… aunque el cacao
nunca formó parte de la fórmula original de Coca-Cola. Una bagatela sin mayor
trascendencia, si tenemos en cuenta que Earl Dean creó el envase más reconocido
del planeta. Tanto, que figura en el MOMA
(Museo de Arte Moderno de Nueva York) como ejemplo de diseño universal.
Según cuenta otra leyenda, nunca corroborada, sólo dos personas
conocen exactamente la fórmula y la manera correcta de mezclar todos sus
ingredientes. Nunca viajan juntos, ni comen los mismos platos, ni duermen en el
mismo hotel. La receta secreta, denominada "Merchandise 7X" está guardada bajo llave en el SunTrust Bank Building de Atlanta, cuna
de Coca-Cola.
Lo que seguro no es leyenda es
que Coca-Cola creó a Santa Claus. No
al santo Nicolás de Bari, claro, pero sí la imagen que de él se tiene en toda
la cultura occidental desde los años 30. Su creador fue un ilustrador de
Coca-Cola llamado Haddom Sundblom, de origen sueco, al que se encargó representar
al santo de una forma más humana y creíble; el resultado fue el orondo
personaje lleno de vitalidad y alegría que todos conocemos, y cuyo traje rojo y
blanco recuerda sospechosamente los colores de la marca.
El poder de Coca-Cola es tal que logró que su ciudad, Atlanta, organizara los Juegos Olímpicos de 1996 en lugar de la
ciudad favorita, Atenas, que era considerada la sede más apropiada para
celebrar los 100 años de las primeras olimpiadas de la Era Moderna, que
tuvieron lugar precisamente en Atenas en 1896. Y, por cierto, sólo doce años
después de Los Ángeles 1984 y a pesar de las duras condiciones climáticas, con
un calor sofocante y porcentajes de humedad del 90%. Eso sí, ideal para
refrescarse con una Coca-Cola.
El mayor error de marketing de la historia
Los directivos de Coca-Cola no siempre han confiado al cien por
cien en el componente emocional de su propia marca. En los años ochenta esa
duda pudo haber acabado con el refresco más bebido del mundo. La historia
comenzó con una campaña de su eterno rival, Pepsi, que ideó un spot con un test ciego en el que se mostraba a
una anciana en un supermercado, que se sorprendía enormemente tras haber
elegido el sabor de Pepsi en lugar de “su” Coca-Cola. Pepsi incrementó
sustancialmente sus ventas, ante lo que Coca-Cola reaccionó con la peor
estrategia posible: lanzando un nuevo producto, con un nuevo sabor, un nuevo
nombre y una nueva imagen: “New Coke”. Pepsi aprovechó para dar un nuevo golpe
y lanzó a su vez una campaña en la que resaltaba el porqué de que Coca-Cola
hubiese cambiado su sabor: el sabor de Pepsi. Fueron los propios consumidores
de Coca-Cola, fieles a los valores intangibles de la marca, quienes reclamaron
el regreso al original (sabor y nombre); en tres meses fue tal la avalancha de
peticiones, en todos los medios y por todos los medios, que la compañía tuvo
que rectificar y volver a fabricar la Coca-Cola clásica… después de invertir
millones de dólares en crear la nueva.
Un directivo de la época lo
explicaba así: “Todo el dinero y tiempo invertidos en investigar la preferencia
del consumidor hacia la nueva Coca-Cola no pudieron medir ni revelar la
profunda relación emocional que tantas personas sienten hacia la Coca-Cola
original… es un maravilloso misterio americano, un encantador enigma, y no
puede medirse más de lo que se puede medir el amor, el orgullo o el
patriotismo”.
La lección que aprendieron los
directivos, los publicitarios, los estrategas y los investigadores fue,
simplemente, que Coca-Cola no vende sabor, vende emociones.
Como la música. O como
el cine.
Starring: Coca-Cola
Pocas marcas, si es que esxiste alguna, han sido las protagonistas
absolutas de una película. Ninguna, desde luego, ha protagonizado dos obras
maestras. Salvo Coca-Cola, claro. Una es la deliciosa comedia escrita y
dirigida por el sudafricano Jamie Uys en
1980, que tuvo un enorme éxito a pesar de su bajo presupuesto. La película se
llama Los dioses deben estar locos.
El lugar, el desierto de Kalahari. El protagonista, Xi, un bosquimano. La
historia, una botella de Coca-Cola vacía que es lanzada desde una avioneta y
cae a los pies de Xi, quien la recoge y la lleva a la aldea. Para su gente será
“un regalo de los dioses”, caído del cielo; pero pronto se convierte en objeto
de discordia, ya que todos la quieren pero sólo hay una, por lo que Xi decide
llevarla al extremo de su mundo conocido, para devolvérsela a los dioses.
La otra gran película es la genial Uno, dos, tres, del maestro Billy
Wilder. Rodada en 1961, cuenta de manera trepidante, al ritmo endiablado de
La danza del sable, las tribulaciones
del norteamericano MacNamara (un impagable James
Cagney), jefe de ventas de Coca-Cola en Berlín. Una de las mejores comedias
de la historia del cine, en la que Billy Wilder se mofa con su inteligencia y
acidez habituales de la Guerra Fría, del comunismo, del capitalismo, del
nazismo y hasta de la Coca-Cola (“¡Ni hablar caballeros, la fórmula no sale de
nuestra casa! Se la damos a ustedes y a los cuatro días la China comunista ya
la tiene”. “No nos hace falta, si queremos Coca-Cola la inventaremos nosotros”.
“El año pasado sacaron ustedes una pobre imitación, la Kremlin Cola. Fueron a
probarla a los países satélites pero ni los albaneses pudieron bebérsela. La
usaron para bañar cabras, ¿o no?”. “Sin comentarios”). Y más aún, el grito de
MacNamara en la última escena de la película, cuando se dispone a sacar Coca-Colas
de una máquina, y lo que sale es… ¡una Pepsi!
Como diría
también el mismísimo Wilder en otra de sus obras maestras, “Nadie es perfecto”.
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