
La guitarra lastimera de
Damien Rice se iba perdiendo en mi cabeza, mientras la historia de Eve y House
me recordaba otra historia que escuché en otro tren, no importa hacia dónde.
Fue de esas conversaciones que empiezas escuchando sin querer y acabas enganchado
como a una buena película. Sólo que esta historia era muy real.
Eran cuatro jóvenes, dos
chicos y dos chicas. Según sus comentarios debían pertenecer a una productora
de televisión y se encaminaban a rodar un reportaje. La que parecía ser la jefa
era una joven guapa y menuda; no debía de llegar a los 27 y se notaba nerviosa
por la responsabilidad, probablemente recién estrenada. No recuerdo en qué
momento ni por qué la conversación de trabajo cambió de tema y de tono y
comenzaron las confidencias (debió de ser cuando los dos chicos se fueron a
investigar el vagón restaurante). La jefa, con voz entrecortada, susurró: “He
decidido no hacerlo”. Su compañera, que además era su amiga, le preguntó,
sorprendida “¿Vas a seguir entonces? ¿Pero no lo tenías tan claro?”. “Sí, eso
creía yo. Pero estaba equivocada. Ahora es cuando lo tengo claro”. “Pero… ¿qué
pasó? ¿No fuiste ayer al ginecólogo para confirmar la fecha de la intervención?”.
Ella entonces, casi en un
susurro, contó a su amiga cómo, efectivamente, había acudido la mañana anterior
a su ginecólogo. Estaba embarazada de 10 semanas y había decidido abortar
(“interrumpir voluntariamente mi embarazo”, se auto convencía). El médico la
había intentado persuadir en una consulta anterior, explicándole otras opciones
para no acabar con la vida de su hijo (era niño); pero ella se enfadó y se
escudó en su trabajo y en la relación fallida con su pareja y en los planes de
futuro y en su derecho a elegir y a decidir sobre su cuerpo y… y le habló hasta
de las guerras y de África y de lo injusta que es la vida. Y acabó llorando. Ni
siquiera sabía por qué, ya que lo tenía tan claro; y ese médico no tenía
derecho a reprocharle una decisión que había tomado con plena conciencia.
¡Faltaría más!
Pero en esa segunda
ocasión el ginecólogo no abrió la boca. “Bien, pensó ella, calladito está
mejor”. Se tumbó sobre la camilla, de espaldas al monitor del ecógrafo, y la
enfermera le desabrochó la blusa, dejando asomar una tripa incipiente. Le extendió
el gel y el médico colocó el transductor por debajo del ombligo, moviéndolo con
suavidad mientras observaba fijamente la pantalla del monitor. En ese momento,
la joven comenzó a percibir un sonido que no había escuchado la primera vez.
Era como una pulsación regular, rápida, que cada segundo se hacía más intensa.
“¿Qué es ese sonido?” preguntó ella. “Es el corazón de tu hijo”, respondió el
médico, mirándola a los ojos con inesperada ternura. “¿Quieres verlo?”. Ella
apenas si pudo asentir con la cabeza, probablemente sin querer hacerlo, y él
giró el monitor y señaló el corazón latiente del feto. Ella comenzó a llorar,
levemente al principio, y luego afloró de golpe todo el llanto que llevaba
dentro, que era mucho y muy profundo.
Tras unos minutos de intenso desahogo, el ginecólogo le entregó
una ‘foto’ de su hijo y se despidió “hasta la próxima consulta”. Ella susurró
un “gracias” y salió de la consulta abrazada a la imagen de la ecografía. Esa
noche apenas durmió. A la mañana siguiente, se despertó con la foto sobre su
tripa, la miró y volvió a llorar, sólo que esta vez el motivo del llanto era
muy distinto: “Hijo… mi niño… ¡qué guapo eres!
“Mira, éste es mi bebé”
le dijo a su amiga, mostrándole la ecografía “Esto es lo que tengo dentro de
mí. A que es precioso”. “Sí lo es”, dijo su amiga y añadió: “Yo te ayudaré a
cuidarlo”. “Gracias. Creo que lo necesitaré”.
Ya estaba llegando a
Santander. Se notaba el verde vivo y fresco de los prados cántabros en
contraste con el seco amarillo que había decorado todo el viaje. Una historia
bonita, pensé, que se repetiría muchas más veces si, simplemente, las mujeres y
las adolescentes que quieren abortar escucharan el latido vivo del ser que
llevan dentro. Mientras, en mi iPod sonaba One
Safe Place de Marc Cohn: “Life is trial by fire, And love’s the
sweetest taste / And I pray it lifts us higher / To one safe place” (la vida es
una prueba de fuego, y el amor es el sabor más dulce; y rezo para que nos eleve
más arriba, hacia un lugar seguro).
Y pensé que el lugar más seguro del mundo debería ser el vientre de una madre.
He terminado llorando a moco tendido... Mi enhorabuena por una bonita historia y, sobre todo, por una gran redacción (me ha enganchado desde el primer momento).
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