sábado, 26 de noviembre de 2016

Gracias, gracias, gracias por el mejor regalo: lo que de verdad importa.



Es genial esto de ir a una fiesta de cumpleaños y que el regalo te lo hagan a ti. Especialmente cuando ese regalo es algo tan necesario, tan valioso, tan IMPORTANTE, que ni siquiera podrías conseguirlo en un súper black  friday con un 99,99% de descuento. Ayer, viernes 25 de noviembre, fue más bien Blue Friday. Celebramos el X Aniversario del congreso de valores de Lo Que De Verdad Importa. Un día señalado, sí. Una fiesta de cumpleaños que, como todos los años desde hace diez (yo desde hace siete), muchos miles de jóvenes de toda España -y cada vez más parte del extranjero- esperan ansiosos y expectantes, ilusionados y agradecidos casi más que su propia fiesta de cumpleaños. Y entre los jóvenes nos incluimos todos los ‘maduros’ que formamos parte del club de fans de LQDVI. Porque para participar en estos congresos, para imbuirse de lleno en sus lecciones de vida, hay que ir con la mentalidad de un chaval de 17 años; hay que ir sin prejuicios tontos, fruto de la presunta sabiduría de la edad; hay que ir con la idea de dejarse llevar; hay que ir con la humildad de dejarse enseñar, con el corazón abierto de par en par, presto a dejarse empapar de todo de lo que allí se vive, se disfruta, se respira, se aprende. De todo lo que, año tras año, allí se contagia. De todo lo que, desde hace ya diez años (diez años, María, ¿te das cuenta?), allí se nos regala. Que es mucho. Muchísimo.

Se nos regalan emociones que quizá hacía tiempo que no sentíamos, y de las que, sin saberlo, andábamos ya muy necesitados. Se nos regalan alegrías de ésas que le roban una sonrisa al corazón, más que a los labios; se nos regalan superpoderes como la capacidad de querer entregarse a los demás, de no hacerse invisibles cuando alguien nos necesita o de superar obstáculos que veíamos imposibles unas horas antes; se nos regala música y humor y llanto (del bueno, del sano), tres regalos tan necesarios para el alma y tan olvidados por la razón; se nos regalan abrazos con potentísimas descargas de VIDA, con mayúsculas (no sabes cómo te sacude por dentro un abrazo de de Kyle o de Mariaje o de Marimar o de Tavo o de María; es como un chute de adrenalina emocional); se nos regala magia y sueños y valor y nuevas capacidades que antes desconocíamos, y nuevos límites, más anchos, más altos; y ganas de crecer y de crear y de emprender y de aprender; y sobre todo, se nos regalan valiosísimas lecciones que nos enseñan a ser mejores personas, a mirar más por los demás y a descubrir, sí, LO QUE DE VERDAD IMPORTA.


En esta fiesta de cumpleaños tan intensa y palpitante que vivimos ayer, los regalos que recibimos los casi dos mil jóvenes de todas las edades que allí estábamos, sin apartar la vista ni un segundo del escenario (salvo, quizá, para ocultar alguna lágrima tonta que se deslizaba por la mejilla sin autorización), fueron los regalos más valiosos que uno puede recibir a lo largo de su vida, da igual la edad. Regalos envueltos con mimo por fenómenos de la naturaleza como Kyle Maynard, Jaime Garrastazu, Paco Arango y Jorge Font.

Kyle, el gran Kyle, fue el primer ponente de aquel primer congreso de valores, celebrado diez años atrás. Y fue también quien abrió, con todos los honores, el congreso del X Aniversario. Y nos regaló su historia de superación, su vida sin excusas ni sueños imposibles; su lección magistral sobre cómo superar tus retos insuperables, llámese subir el Kilimanjaro, ganar campeonatos de lucha libre, ponerse un calcetín o comer comida china con palillos… todo ello sin brazos ni piernas. Kyle nos regaló también el valor de la familia, de los amigos, del buen humor (pedazo de sonrisa la de Kyle, más potente que sus brazos, que levantan 200 kilos) y del infinito poder de la voluntad y del esfuerzo; del poder de creer o del fracaso como lección, no como excusa; y de la capacidad que tenemos todos de abrir caminos donde sólo vemos maleza. Nos regaló la importancia de buscar tu porqué; después, todo es posible. Gracias, Kyle, por tu regalo.

Jaime Garrastazu es uno de esos jóvenes que dan pleno sentido a Lo Que De Verdad Importa. Jaime asistió a ese primer congreso en 2007, en el que quedó impactado por las historias de Kyle Maynard, Bosco Gutiérrez Cortina, Nando Parrado y Alfonso Rojo. Tenía 14 años. Fueron, con toda seguridad, las mejores pellas de su vida, porque lo que ahí aprendió le empapó de tal manera que cambió para siempre su perspectiva de la vida. Tal vez no fuera consciente a los 14 años, más allá de la impresión de ver a Kyle en acción (“Mamá, hoy he conocido a un gladiador sin brazos ni piernas”), pero si conoces a Jaime te das cuenta de que su humildad, su infinita capacidad de aprender y agradecer, su honestidad, su valentía, su coherencia, su precoz madurez y, por descontado, su espíritu emprendedor, su locura (es uno de los jovencísimos fundadores de la exitosa Pompeii), te das cuenta de que Jaime descubrió lo que de verdad importa a una edad más temprana de lo habitual, y que esos valores que comparte con Kyle y con la Fundación LQDVI han sido de su vida durante estos 10 años (“hay que pelear el camino, sea cual sea”). Y lo que entonces fue un maravilloso regalo para él, ayer se transformó en un maravilloso regalo para todos nosotros. Gracias, Jaime, por tu regalo.

Paco Arango es un crack. Muchos lo saben, porque es un tipo famoso en España, un creador inagotable y multidisciplinar que ha pasado por la música, el cine y la televisión con no pocos éxitos. Pero lo más importante de Paco, el mayor de sus éxitos, es que es un buen tipo. Y contagioso. La historia de Paco, y de su Fundación Aladina entregada a los niños con cáncer, fue un doble regalo porque, además de enseñarnos a levantar la mirada, a vivir la vida a tope para poder dársela a los demás, a tener una fe a prueba de cáncer (que es una fe más poderosa que a prueba de bombas), a tener claro que estamos aquí por algo y que es más importante curar el alma que el cuerpo, además de todo eso, Paco nos hizo reír, nos hizo llorar, nos hizo cantar, nos hizo soñar y nos hizo un poco más valientes (“Dicen que cuando haces cosas que pensabas que no podías hacer te haces valiente para siempre”). Paco nos enseñó que a veces hay que dejarlo todo para entregarte a aquello en lo que crees, y que es entonces, sólo entonces, cuando realmente lo tienes todo. Gracias, Paco, por ese doble regalo (y en febrero nos hará otro regalo valiosísimo, importantísimo, del que ya os contaré).

Y Jorge Font. El poeta de la vida. Escuchar hablar a Jorge Font es uno de esos placeres que podrías estar saboreando durante horas sin echar de menos nada más. Y luego repetirías. Jorge, desde su silla de ruedas, nos enseñó lo sagrado del valor de la presencia, y que en las páginas más oscuras del libro de cada uno es donde a veces se encuentran los colores más hermosos. Nos enseñó que el mundo está desacomodado, y que estamos aquí no para permanecer acomodados, sino para pensar en cómo cambiarlo; y hacerlo. Nos enseñó que la vida es ser deudor de lo que nos va regalando y que lo importante no es descubrir personas extraordinarias, sino ver lo extraordinario que hay en cada persona. Nos enseñó que la verdadera discapacidad es no poner toda nuestra capacidad en lo que estamos haciendo (él lo sabe: ha sido 9 veces campeón del mundo de esquí acuático… después de quedarse tetrapléjico). Y que la vida no siempre puede alargarse, pero siempre, siempre, se puede ensanchar. Y eso no se enseña todos los días. Gracias, Jorge, por tu regalo. Y por el precioso envoltorio.

Y gracias, gracias, gracias y mil veces gracias, María, Pilar, Carol y todo ese equipo de locas maravillosas que conformáis la familia de Lo Que De Verdad Importa. Gracias por existir, por estos diez años de lecciones tan necesarias y tan olvidadas. Gracias por acogerme, por enseñarme, por contagiarme. Gracias por alegrarme la vida. Gracias por sacudirme por dentro cuando más falta me hace. Gracias por esos abrazos al corazón. Gracias por vuestro trabajo y por vuestras sonrisas y por vuestra locura y por vuestro ejemplo. Gracias por la oportunidad de conocer a tanta gente valiosa. Gracias por hacerme mejor persona. Y gracias por demostrarme cada año, cada día, lo que de verdad importa. No puede haber en el mundo mejor regalo que éste.      




sábado, 12 de noviembre de 2016

Forever Young

La primera vez que vi a Neil Young fue el 25 de abril de 1987, en el mítico Rockódromo de la Casa de Campo. La penúltima, el 27 de junio de 2008, en Rock in Rio. En ambos conciertos lo recuerdo exactamente con el mismo poderío, la misma vitalidad y la misma entrega; con la misma ferocidad eléctrica de su vena más rockera, y la misma sensibilidad acústica de su lado más country. Y, sobre todo, con las mismas ganas. Como si por él no hubieran pasado dos décadas. Hoy sigue igual. Como si no hubieran pasado más de siete décadas desde que pisó este mundo por primera vez. Como si, haciendo honor a su apellido, se mantuviera eternamente joven.



Y es que, arrastrar más de 70 años con esa fuerza y esas ganas de seguir dándolo todo en cada escenario es un lujo que sólo se pueden permitir los músicos de raza, los de verdad, los grandes. Neil Young es, junto a su amigo Bob Dylan y pocos más, el último grande vivo. Más de 50 años en la carretera, 55 discos rebosantes de lirismo, garra, genialidad, experimentación, compromiso, belleza, historia, muerte, romanticismo; decenas de creaciones que se han convertido en leyenda, a lomos de su desbocada guitarra eléctrica (su amada “Old Black”) o acariciando la acústica cuando su inspiración le hace transitar por los viejos caminos del folk. Y es que el espíritu inquieto y experimental del genio canadiense ha engrandecido todos los géneros musicales, desde el country más clásico al rock duro, desde el blues y el soul de pata negra al jazz, la música eléctrica o el grunge, del que es considerado el ‘padrino’.

Neil Percival Young nació en un pueblecito de Toronto un 12 de noviembre de 1945. Inició su andadura musical en el instituto, donde formó su primera banda, Neil Young & The Squires, con la que interpretaba temas de los Beatles, Elvis o los Shadows en fiestas locales. Muy pronto descubrió que su camino no pasaba por el colegio, así que abandonó los estudios y partió hacia Winnipeg, donde empezó a componer sus primeras canciones. Pero no fue hasta 1965, en Los Angeles, cuando comenzó la leyenda con el nacimiento de Buffalo Springfield, junto a su amigo Stephen Stills y Richie Furay. Duró poco, pero en apenas dos años de existencia nos dejó un legado repleto de joyas imperecederas como Mr. Soul, Broken Arrow o I Am a Child.

 
La leyenda se agigantó el 16 de agosto de 1969, fecha en la que debutó uno de los grupos más grandes del universo folk-rock: Crosby, Stills, Nash & Young. De esa colaboración surgió un disco legendario, Déjà Vu, con canciones como Woodstock, Teach Your Children, Country Girl, Our House o Helpless, que se convirtieron en auténticos e imperecederos himnos de toda una generación. El choque de egos acabó minando —temporalmente— el cuarteto y Neil Young se despidió de sus anclados compañeros, eso sí, manteniendo reuniones esporádicas cada diez años, y a quienes en 1979 dedicó un obra maestra de sensibilidad poética y amable cinismo, Thrasher (“Así que me aburrí y los dejé ahí —a los ‘dinosaurios’—, sólo eran un peso muerto para mí; es mejor rodar sin ese lastre”…).

A partir de ahí, llegaron discos magistrales, con su banda habitual Crazy Horse o en solitario; reencontrándose con Crosby, Stills and Nash o junto a sus ‘ahijados’ musicales Pearl Jam (Mirror Ball). En el mientras tanto, le ha dado tiempo a enterrar a amigos muertos por sobredosis, a cuidar a su hijo Zeke nacido con parálisis cerebral, a componer bandas sonoras, a organizar conciertos en favor de los granjeros (Farm Aid), a clausurar los Juegos Olímpicos de Vancouver 2010, a pelearse amigablemente con Lynyrd Skynyrd (quienes respondieron con Sweet Home Alabama a la visión esclavista del Sur que había denunciado Young en Alabama y Southern Man), a escribir su autobiografía íntima y familiar (Waging Heavy Peace: A Hippie Dream) y, en fin, a recorrer Estados Unidos protestando contra la guerra de Irak, ensalzando los coches eléctricos o atacando sin miramientos a políticos, corporaciones y sistemas comprimidos de música (mp3).

Y, de paso, nos ha dejado grabadas a fuego decenas de canciones inmortales como Heart of Gold, Pocahontas, Comes a Time. My My, Hey Hey (Out of the Blue), Like a Hurricane, Harvest, Southern Man o Rocking in the Free World. Su último disco de estudio (el 37º), que salió a la luz hace un año, lleva por título The Monsanto Years; un álbum conceptual ‘dedicado’ a la multinacional de productos agrícolas Monsanto, que ha grabado acompañado por la banda de los hijos de su amigo Willie Nelson, y en el que pervive todo el talento, el poderío y el carácter de este genio inquieto e incandescente. Con él, la leyenda continúa, porque “el rock’ n roll está aquí para quedarse / el rock n’ roll nunca morirá”.


El lado solidario
A lo largo de estos cincuenta y pico años de carrera incombustible, Neil Young ha realizado también una gran labor social, especialmente en favor de los niños con minusvalías físicas y psíquicas (como su hijo Zeke). A ellos dedica cada mes de octubre, ininterrumpidamente desde 1986, el concierto a beneficio del Bridge School (The Bridge School Concerts), en el que colaboran fieles amigos de la talla de Bruce Springsteen, Crosby, Stills & Nash, Tom Petty, Elton John, Emmilou Harris, Eagles, Norah Jones, Pearl Jam o el mismísimo Bob Dylan; quien tal vez pensaba en su colega Neil cuando compuso la mítica Forever Young (que, por cierto, sonó maravillosamente en el legendario The Last Waltz, donde coincidieron Dylan y Young junto a otras leyendas de la talla de Van Morrison, Neil Diamond, Eric Clapton, Muddy Waters y los anfitriones, The Band). Con ella me despido hasta el próximo concierto: “Que Dios te bendiga y proteja siempre / Que construyas una escalera a las estrellas / y subas un peldaño cada día / Que siempre permanezcas joven / Siempre joven / Siempre joven”. Pues eso, ¡forever Young!