viernes, 30 de septiembre de 2016

Beach Boys: ¿Buenas vibraciones?

Hace más de medio siglo, tres hermanos, un primo y un amigo de clase decidieron alquilar unos instrumentos y reunirse en casa de los primeros, aprovechando la ausencia de sus padres, para tocar un poco de rock and roll. El sol de California, la playa, el surf y las chicas fueron su fuente de inspiración. Ese año de 1961 grabaron su primera canción. Muy poco después se convirtieron en la banda americana más importante de todos los tiempos.


Hoy, 54 años después de su nacimiento, los Beach Boys siguen manteniendo viva la leyenda. Durante estos últimos años los tres miembros supervivientes del grupo (Brian Wilson, Alan Jardinel y Mike Love) realizaron sendas giras... por separado. Aunque los millones de fans que han dejado por todo el mundo no pierden la esperanza de que, al menos en un concierto, vuelvan a unir sus buenas vibraciones. Pero empecemos por el principio. Aquel día de verano de 1961 en casa de los Wilson, los hermanos Brian, Dennis y Carl, junto a Mike y Alan, comenzaron a tocar en serio y a definir el “sonido Beach Boys”, un estilo de preciosista armonía vocal, ritmo pegadizo y temática surfera. En realidad sólo Dennis surfeaba, pero cuando se animaron a escribir sus propias canciones, propuso como tema su deporte favorito, muy de moda en las playas californianas.
     La primera composición de Brian Wilson fue Surfin’, y también el primer sencillo que grabaron, el 3 de octubre de 1961, bajo el nombre de... The Pendletones. En efecto, tal fue su primer nombre oficial, que no era sino la marca de sus gruesas camisas de lana. Pero cuando, temblorosos por la emoción, desempaquetaron la primera caja de discos, descubrieron que el estudio había decidido rebautizarles con un nombre más pegadizo: The Beach Boys. Acaba de nacer la leyenda. El último día de 1961 celebraron su primera actuación, en el concierto en memoria de Ritchie Valens (intérprete de La Bamba). Durante los meses siguientes, Surfin’ sonó en la radio y se vendió en las tiendas de discos, alcanzando las 50.000 copias. En febrero llegaron nuevas canciones (Surfin’ Safari, Surfer Girl, Beach Boys Stomp...) y nuevos conciertos. Por primera vez salieron de California, llevando su sonido playero a otros Estados... que ni siquiera tenían playa. Justo un año después de su primer single, en octubre de 1962, editan su primer álbum, Surfin’ Safari, que lleva a la banda a las listas de éxito.

A partir de ahí, los chicos de la playa son ya tan imparables como una ola salvaje de Mavericks Point. En 1963, el disco Surfin’ USA (el single era una curiosa adaptación de Sweet Little Sixteen de Chuck Berry, manteniendo la melodía pero cambiando toda la letra) es el segundo más vendido de Estados Unidos; y con el siguiente, Surfer Girl, triunfaron incluso en la lejana y lluviosa Gran Bretaña, país en el que los Beach Boys siempre han tenido enormes simpatías. En 1964 la ola llega a la muy surfera Australia y a Nueva Zelanda, donde ofrecen sus primeros conciertos fuera de Estados Unidos; después de la gira triunfal graban el primer número uno de su carrera, I Get Around, y llegan a la auténtica cresta de la popularidad. Y también a la primera caída en las encrespadas aguas de la fama.

En diciembre, tras su boda con Marilyn Rovell, las presiones y las agotadoras giras acabaron mermando las fuerzas del líder y alma de la banda, Brian Wilson, que empezó a flaquear física y psicológicamente. En enero de 1965 anunció su retiro definitivo de los conciertos para concentrarse en componer, siendo sustituido por Bruce Johnston. La decisión no pudo ser más acertada, porque de su genio empezaron a surgir canciones mucho más maduras, innovadoras y profundas. Abandonó los coches, el surf y las chicas, dejó atrás la adolescencia y creció como compositor. De esa época son clásicos como When I Grow Up (To Be a Man) o la desgarradora Please Let Me Wonder.


Y entonces llegaron los Beatles. La banda británica acababa de publicar su gran obra, Rubber Soul, que cautivó a Brian Wilson. Como respuesta, decidió componer “¡el álbum de rock más grande jamás hecho!”. Y lo hizo: se llamó Pet Sounds, y aún hoy es considerado uno de los mejores discos de la historia de la música. El propio Paul MacCartney lo considera “el mejor disco vocal jamás grabado", y siempre ha reconocido abiertamente su inspiración para el mítico Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band (“Sgt. Pepper fue un intento de igualar el nivel de Pet Sounds” afirmó el beatle). Como curiosidad, God Only Knows es la primera vez que se menciona la palabra Dios en una canción. Paradójicamente, fue el primer álbum de los Beach Boys que no alcanzó el éxito al que estaban habituados, pero convirtió a Brian Wilson en uno de los grandes autores del Rock.
     Por esa época se inició también el camino a la perdición de Brian. Drogas, paranoias y extravagancias que acabaron mermando las relaciones del grupo. Aún faltaba, sin embargo, la gran canción de los Beach Boys; la más inmortal, la más admirada, la más grandiosa y la más compleja (se gestó en 6 meses con un proceso de producción inédito): Good Vibrations, “una sinfonía de bolsillo” como la definió Brian. Número uno en 1966 y considerado por críticos y público uno de los mejores sencillos de todos los tiempos.

Curiosamente, estas “buenas vibraciones” fueron el principio del fin. Brian dejó el grupo y cada cual siguió su propio camino. Aún sacaron nuevas canciones como banda, pero se dedicaron más a editar recopilatorios y a vivir del directo (sus conciertos eran muy atractivos, y seguidos en todo el mundo). Hubo algún regreso esporádico de Brian, pero ya fue tras la muerte de sus hermanos Dennis y Carl, por lo que nunca más llegaron a tocar los cinco Beach Boys originales. Aun así, el público les seguía adorando: el 4 de julio de 1985 actuaron ante un millón de personas en Filadelfia, un auténtico “Record Guinness”. A lo largo de los 90 los Beach Boys han continuado haciendo giras, aunque por separado. Hasta el año 2012.

En efecto, aquel año Brian, Mike y Alan (con David Marks y Bruce Johnston) celebraron su 50 aniversario de la mejor manera posible, con el Reunion Tour 2012, una gira de reconciliación que hizo felices a muchos fans; y además, un album con material completamente nuevo, That's Why God made The Radio  (el primero en 20 años), producido por el propio Brian y que incluía incluso la voz de su hermano Carl, fallecido en 1998.






La anécdota: Amistades peligrosas

A mediados de 1968, Dennis Wilson mantuvo una extraña amistad con Charles Manson, que incluso llegó a instalarse en su casa de Sunset Boulevard con un grupo de atractivas seguidoras de su secta satánica. Manson quería impulsar su carrera de cantante folk y Dennis le presentó al productor Terry Melcher, quien no le hizo mucho caso. Un año después, Melcher y su mujer, la actriz Candice Bergen, vendieron su mansión de Cielo Drive a Roman Polanski y Sharon Tate... poco antes de que, la noche del 8 de agosto de 1969, Manson y sus acólitas asesinaran brutalmente, en esa misma casa, a la actriz (embarazada) y a sus invitados.




lunes, 12 de septiembre de 2016

El discurso de Mariló (teach your children well...)



Ahora que llega la vuelta al cole –y, de paso, la vuelta de la sempiterna reclamación de nuevos métodos de enseñanza, que nunca acaban de llegar del todo, y así nos va- otra vez nos olvidamos de lo realmente importante, que no es otra cosa que educar a las nuevas generaciones, no para que sepan más que nosotros, sino para que sean mejores que nosotros. Cuestión, por cierto, de la que los políticos se olvidan con inconsciente insistencia. Prefieren mantener sus manejos presentes que propiciar a sus hijos (y los nuestros) un futuro con posibles.

Lo bueno del principio de curso es que a uno le vuelven a recordar esas lecciones de vida fundamentales que los políticos nunca aprendieron o pronto olvidaron. Y no solo en lo que concierne a los hijos, sino sobre todo en lo que nos concierne a cada uno de nosotros, los presuntamente adultos. Es lo que hacía cada año Mariló, la genuina Mariló, la sabia, certera y directísima Mariló, en la presentación del curso de mis hijos. Y lo estuvo haciendo, año tras año, presentación tras presentación, sin apenas variar una coma. Porque hay valores que no cambian con el tiempo, lecciones que enseñan con idéntica eficacia a generaciones tan dispares como la de nuestros padres, la nuestra o la de nuestros hijos. Son lecciones que se aprenden, básicamente, con eso tan menospreciado en estos tiempos absurdos como es el sentido común; hoy, si no proscrito, sí al menos condenado al sótano de lo políticamente incorrecto.

Sentido común a raudales es lo que desbordaban las palabras de Mariló en sus añorados discursos. Cuestiones tan políticamente incorrectas como que los padres somos el espejo en el que se miran los hijos, que sólo se puede educar con el ejemplo y que hacerlo –y hacerlo correctamente- es nuestra responsabilidad, como apunta el doctor Enrique Rojas en labios de Mariló. No es fácil educar a nuestros hijos en este mundo hiper permisivo, de caprichos concedidos por decreto filial y sin lugar para el traumático ‘no’. Ni lo es tampoco en un mundo de ídolos forjados en oro falso, sin valores, sin sustancia, ya sea en el deporte, la música o la televisión; y especialmente en la política. Un clarísimo ejemplo de mal ejemplo, para nuestros hijos y para nosotros mismos.

No nos preguntemos qué mundo dejamos a nuestros hijos, sino qué personas dejamos a este mundo, suele decir Leopoldo Abadía (y también nos lo recordó Mariló), porque ellos son los que lo van a heredar y, tal como van las cosas, los que van a tener que pagar todas nuestras deudas. Por eso debemos educarlos bien, enseñarles lo correcto, no lo fácil; afianzarlos en esos valores que no son precisamente los que rigen hoy los designios del mundo en general y de España en particular.
Por ejemplo, a valorar la verdad y asumir la responsabilidad de sus actos y de sus palabras. Si a esas edades mienten impunemente, qué no harán cuando elegir entre la verdad y la mentira suponga un puesto, un negocio o un millón de votos.
A respetar lo que no es suyo, a no coger, dañar o perder aquello que no les pertenece. Aprender a respetar lo del otro es también aprender a respetar al otro.
A ser honrados. Honestos con su trabajo, con su esfuerzo, con sus capacidades. Que el éxito no es lo fácil, que el logro requiere sacrificio.
A desmitificar el culto al cuerpo, a lo material, a lo superficial y pasajero. Y contrarrestarlo cuidando más el mundo interior; ayudarles a ser más fuertes por dentro. Y eso se consigue utilizando más a menudo el ‘no’. La pena no educa; y el ‘no’ no trauma.
A estimular lo positivo, el ‘tú puedes’ antes que permitirles caer en el ‘no puedo’, o el ‘no sé’. Si se rinden a la primera dificultad van a estar no pudiendo hacer miles de cosas a lo largo de su vida.
Ayudarles a valorar lo que se es por encima de lo que se tiene. Origen de muchos de los males que aquejan a esta sociedad que les ha tocado vivir.
Fomentar la integración, la atención a la diversidad, algo tan sencillo y tan olvidado como el amor al prójimo, no importa cuál sea su presunta diferencia.

Enrique Rojas afirma que educar es convertir a alguien en persona, pero Mariló nos recordó que es algo más: convertir a alguien en buena persona. No sólo proporcionar información y criterio, sino también valores para discernir lo que está bien y lo que está mal. Y obrar en consecuencia. Simplemente. Pero no olvidemos lo fundamental: los padres educan más por lo que hacen que por lo que dicen, son los primeros modelos de identidad, la ejemplaridad que forjará su carácter y guiará su conducta.

Si los próceres que manejan el mundo –políticos, sindicalistas, banqueros, empresarios…- se guiaran por las sencillas pautas de Mariló (verdad, respeto, honradez, autoestima, integración… ¡sentido común!), ¿no creen que el mundo sería más llevadero? Pues en nuestras manos está. Nos toca educar a las personas que en pocos años van a tomarnos el relevo; aún podemos elegir que sean mejores que nosotros.


No es fácil, claro. Pero es lo que toca. Ya lo cantaban maravillosamente Crosby, Stills, Nash and Young en aquel inmortal Déjà Vu: “Teach the children well, the father’s hell…” 


viernes, 2 de septiembre de 2016

Santa Teresa de Calcuta: Amar hasta que duela


Madre Teresa nunca buscó ser centro de atención, ni comprendió por qué le otorgaban premios y distinciones (más de 700) gobiernos e instituciones de todo el mundo. Su extrema humildad queda palpable en la que fue su habitación durante muchos años: una estrecha cama, un sobrio escritorio, una mesa de madera y un taburete; sobre la mesa, una figura de la Virgen y en las paredes, un mapamundi, una foto suya con Juan Pablo II y una pequeña cruz rodeada por una corona de espinos, con un cartelito: “Mi corazón pertenece a Jesús”. Y sobre el armario, dos cajas de cartón: una grande para la correspondencia y otra, más pequeña, con una pegatina en la que se lee “Premios”. 

Lo primero que te encuentras nada más acceder a una reciente exposición fotográfica sobre la vida de Madre Teresa es la imagen de una multitud de niños mirándote de frente. Muchos sonríen abiertamente, otros rezan mientras sonríen, una niña llora y reza a un tiempo; los hay que levantan los brazos, exultantes, o que aplauden, o saludan, o bajan la mirada, como apesadumbrados; otros miran de soslayo o tratan –los más pequeños- de hacerse hueco entre la muchedumbre; unos están en primera fila, expectantes, emocionados, y otros en la lejanía, más ausentes, o más esforzados. Esta imagen no está en la entrada porque sí, obviamente; tiene una poderosa razón de ser: son los rostros de los niños de Calcuta ante la llegada de Madre Teresa; sus reacciones, sus expresiones, sus actitudes. Pero también –este es el quid de la cuestión- son los rostros de cada uno de nosotros, el reflejo de nuestra propia actitud, de nuestro grado de implicación. ¿Cuál seríamos nosotros? ¿El que reza o el que sonríe? ¿La que llora emocionada o la que se esfuerza por ver? ¿El que está en primera fila o alguno de los más alejados?


Este es el espíritu con el que hay que adentrarse en la vida de Madre Teresa: no sólo con la curiosidad de conocer su vida, su legado y su mensaje, sino con la expectativa de descubrirnos a nosotros mismos en ese mensaje, en ese legado, en esa vida. “He hecho todo por Dios y nunca he dicho ‘no’ a Jesús” decía Madre Teresa, al final de sus días. Y lo empezó a hacer desde niña; incluso antes, pues a Él entregó su corazón ya desde el primer día de su existencia: como símbolo de lo que sería el resto de su vida, Gonxha (capullo de flor en albanés) Agnes Bojaxhiu fue bautizada al día siguiente de nacer en la iglesia parroquial del Sagrado Corazón, en Skopje, un lejano 27 de agosto de 1910. “De sangre y origen soy todo albanesa. En cuanto a mi corazón, pertenezco totalmente al Corazón de Jesús”.
Una pertenencia que nació en gran medida de su madre, Drana. Su profunda fe, su amor y firmeza y, sobre todo, su compasión y generosidad con los más pobres marcaron profundamente el carácter y posterior vocación de su hija pequeña. “Un día mi mamá trajo a casa a tres personas de la calle y nos dijo que les sirviéramos y cuidáramos”, recordaba Madre Teresa con ternura y agradecimiento. En esos años, la pequeña Gonxha aprendió una lección que guiaría el resto de su vida: el amor empieza en casa. Y continúa, por ejemplo, en la parroquia del Sagrado Corazón de Skopje, donde participó en todas las actividades (misiones, coro, entretenimiento, cofradía…) y donde descubrió también su vocación hacia los pobres. Tenía doce años.


A los dieciocho, en septiembre de 1928, Gonxha dejó su hogar para ingresar en la orden de las Hermanas de Loreto, en la lejana Irlanda. Nunca más volvió a ver a su madre, pero sus palabras de despedida, en la estación de tren de Skopje, quedaron para siempre grabadas en su corazón: “Pon tu mano en Su mano y camina sola con Él, y nunca mires atrás”. Tres meses más tarde partió, junto a otras tres postulantes de Loreto, hacia “mi nueva patria, la India fabulosa”. Ese día tan ansiosamente esperado comenzó una vida misionera que, como ella misma reconoció, no está hecha de rosas, sino de espinas; pero la hermana Teresa era feliz haciendo el mismo trabajo que realizó Jesús en la Tierra.

Tras dos años de noviciado, la hermana Teresa profesó los votos temporales el 25 de mayo de 1931. Allí, en la comunidad de Loreto en Entally, Calcuta, enseñó geografía y catecismo a las niñas de la escuela bengalí y, durante las vacaciones, ayudaba en el dispensario atendiendo cada día a una ingente multitud de seres enfermos y afligidos en busca de cuidado y, sobre todo, de consuelo. Eran años de pobreza y sufrimiento increíbles, tras la II Guerra Mundial y la hambruna bengalí de 1943 que sesgó 2 millones de vidas y llenó Calcuta de miseria, hambre y violencia. Cientos de miles de bengalíes buscaban –en vano- alimento y refugio en la ciudad, llenando cada rincón de cuerpos esqueléticos y generando una creciente ola de conflictos religiosos.


Esa era la Calcuta que vivió Madre Teresa durante aquellos años. Y también la Calcuta que inspiró su gran obra: el 10 de septiembre de 1946 recibió la inspiración para fundar las Misioneras de la Caridad. “El angustioso disfraz de los pobres”, que ella veía como la Pasión de Cristo revivida, y a cuyo alivio decidió ese día dedicar el resto de su vida. Dos años después acudió una mañana al mercado de Calcuta y compró el sari más sencillo y barato que encontró, de algodón blanco y bordes de rayas azules (“blanco por la pureza y azul por la Virgen nuestra Señora”), que era el que utilizaban las mujeres que limpiaban las calles. Con su sari blaquiazul y sus sandalias ajadas, o descalza, Madre Teresa visitaba a los pobres en las calles y llevaba a Jesús hasta sus “hogares y agujeros oscuros”. Pero pronto la calle no fue suficiente, y abrió centros donde los pobres recibían comida y medicamentos, y escuelas en los barrios más miserables. En 1950, Madre Teresa escribió: “Tenemos 9.887 enfermos tratados en los dispensarios, sin contar los que cuidamos en las calles; más de 300 niños en nuestras escuelas en los barrios pobres y más de 400 en las escuelas dominicales…”. Y era sólo el principio.

La capacidad de compasión de Madre Teresa no tenía límites y, al igual que se entregaba en cuerpo y alma a los pobres entre los pobres, su deseo era hacerlo también a los moribundos, que en aquellos años los había a miles tirados por las calles de la ciudad. Para ellos fundó en 1952 la casa “tesoro”, Normal Hriday (corazón puro), la primera casa para los moribundos pobres de Calcuta, bajo cuyos cuerpos rotos y sucias ropas Madre Teresa veía a Cristo, “el más hermoso entre los hijos de los hombres”. Desde 1952 hasta 1997, más de veinte mil personas regresaron a la casa de Dios desde la casa “tesoro” de Calcuta. “He vivido como un animal en las calles, pero estoy muriendo como un ángel, amado y cuidado”, dijo una de ellas. Y era así, en verdad, como morían. Como verdaderos ángeles de Dios, amados y cuidados por las manos más cariñosas y por las sonrisas más confortadoras. Hay una imagen que, simplemente, lo dice todo: una joven hermana de rostro sonriente, con la expresión más dulce que uno pueda imaginar, está arrodillada en el suelo de piedra, ante un cuerpo sobrecogedoramente famélico y frágil, al que enjabona con verdadero mimo; sobre ambos, en la pared desnuda, una pequeña pintura que representa a Jesús muerto en brazos de su madre, y bajo el cuadro, una frase: “el Cuerpo de Cristo”.


El 12 de abril de 1953 Madre Teresa pronunció los votos perpetuos como Misionera de la Caridad, junto a otras diez hermanas; además de pobreza, castidad y obediencia, añadieron un cuarto voto: “dedicarse a trabajar entre los pobres”. La orden iba creciendo y las hermanas servían, con “generosidad y alegría”, a miles de parias, niños y ancianos, hombres y mujeres, en los barrios más pobres de Calcuta. La residencia se estaba quedando pequeña, y buscaron una nueva casa; la encontraron, por 85.000 rupias… que no tenían, claro, pero que confiaban en lograr rezando (“mi secreto es sencillo: ¡rezo!”). Entre las hermanas y los niños “inundaron el cielo con rosarios”; unos meses después, se estaban mudando a la nueva casa en Lower Circular Road. También los niños merecían especial atención, y en 1955 se abrió el nuevo hogar para bebés abandonados y niños enfermos, discapacitados o simplemente no deseados; firme luchadora contra el aborto (“el mayor destructor de la paz”), Madre Teresa salvó miles de vidas a través de sus hogares y de la adopción: “Por favor, no destruyan al niño, nosotros lo cuidaremos”, imploraba a hospitales y comisarías de policía.

Pero aún quedaban los más indeseados entre los indeseados: los leprosos. La lepra es una enfermedad dolorosa, pero no tanto como el dolor de ser rechazado por todos; no era tampoco una misión fácil para las hermanas, ni siquiera para Madre Teresa (“cada vez que voy tengo que emplear toda mi voluntad, hacer un nuevo acto de fe y sacrificio”). Su deseo era proporcionarles una vida normal y hacerles saber que eran queridos, porque ellos también son hijos de Dios. En 1959 abrió el primer centro para leprosos en Titaghar y en 1959 construyó “Ciudad de Paz”, donde las familias con lepra podían incluso autoabastecerse; una ciudad que se hizo realidad gracias al regalo de la limusina Lincoln que había utilizado el papa Pablo VI en su viaje a la India, y cuya subasta reportó a la persuasiva Madre Teresa los fondos suficientes para su ciudad.

La labor de Madre Teresa y de sus Misioneras de la Caridad traspasó fronteras, y además de extenderse por toda la India (en sólo seis años abrió dieciséis casas), fue reclamada en otros lugares del mundo. “La pequeña semilla de Dios está creciendo lentamente…” Esa semilla germinó en 120 países, con más de 4.000 hermanas y 594 casas hasta 1997, año de la muerte de Madre Teresa, al cuidado de miles y miles de pobres con sed de Dios, que padecen toda clase de sufrimientos y una terrible soledad (la mayor pobreza es no ser amado). “Si hay pobres en la luna, allí iremos”, donde quiera que sea necesario un poco de amor, de ternura y de consuelo, y un mucho de sacrificio, estarán las hermanas Misioneras de la Caridad, y los Misioneros de la Caridad, y los hermanos activos y contemplativos, y los sacerdotes de la congregación; y también los “colaboradores enfermos y sufrientes”, y los voluntarios y benefactores. Todos comparten el mismo carisma, la misma misión: saciar la sed de Jesús sirviendo a los más pobres entre los pobres, con entrega total y alegría.

Entre 1989 y 1997 Madre Teresa sufrió cardiopatía, malaria, neumonía, fracturas, osteoporosis… pero continuó viajando por todo el mundo, irradiando paz y alegría, esparciendo el amor y la comprensión de Dios. El 10 de septiembre de 1996 celebró en Calcuta el 50 aniversario de su inspiración y seis meses después cedía el testigo a la hermana Nirmala; su último viaje fue precisamente a Roma, en mayo de 1997, para presentar a su sucesora al papa Juan Pablo II. El 5 de septiembre, Madre Teresa hizo todo el esfuerzo para asistir a misa por la mañana, olvidando su dolor; luego recibió visitas, firmó cartas y se reunió con sus hermanas. “¿Qué está Jesús pidiendo de mí?” se la escuchó preguntar ese día. A las 21:30 elevó los ojos, los cerró y respiró por última vez. Era un primer viernes de mes, día dedicado al Sagrado Corazón, su primer amor desde la infancia. Juan Pablo II, siempre cariñoso admirador, dijo de ella en su beatificación: “Su vida es un testimonio de la dignidad y del privilegio del servicio humilde. Eligió no sólo ser la última, sino la sierva de los últimos”. Madre Teresa lo resumió todo en una frase, que fue su vida: “Amar hasta que duela”.

El 4 de septiembre Teresa de Calcuta será canonizada por el papa Francisco, fiel seguidor de su ejemplo y de su espíritu. ¿Hay sobre la tierra alguien que lo merezca más que ella?

Este texto es uno de los capítulos de mi libro "La muerte del egoísmo" (Ed. Palabra).