martes, 14 de febrero de 2017

Spencer, la costilla de Kate


Fue uno de los más grandes actores de todos los tiempos (el más grande, para muchos). Fue paradigma de la naturalidad, de la contención expresiva, de la honestidad ante las cámaras, de la sobriedad de gestos (nadie decía tanto con tan poco); dominó la comedia y el drama, estuvo soberbio en el western y tan creíble en la aventura como el que más; fue juez en Nuremberg y periodista cínico y viejo pescador y pescador intrépido y abogado de Darwin y víctima furiosa y cura forjador de hombres y político en retirada y padre de la novia y suegro interracial y Edison y Dr. Jekyll y Mr. Hyde y simplemente Adán de su costilla. Hablamos, claro, de Spencer Tracy. El gruñón entrañable, el borracho irlandés, el adúltero enamorado, el apasionado indomable, el americano medio que estuvo muy por encima de la media.



Fue muchas cosas y casi todas buenas. Pero, sobre todo, fue la costilla de Katharine Hepburn. En el cine, sí (formaron la pareja que científicamente tenía más química en la pantalla, según la Royal Society of Chemistry); pero por encima de todo, en la vida real. Ambos se conocieron en 1941, durante el rodaje de La Mujer del Año. “Me temo que soy un poco alta para usted, señor Tracy” dijo Kate, al ser presentados; “No se preocupe, señorita Hepburn –respondió él— La rebajaré hasta dejarla a mi altura”. Ella, una señorita culta, de la alta sociedad, liberal, deportista, independiente y rebelde. Él, descendiente de irlandeses, católico y convencional, terco, autoritario, alcohólico y mujeriego. A priori, no parecían la pareja perfecta, precisamente.
Y sin embargo, desde esa primera vez, trabajaron juntos en otras ocho películas, algunas tan memorables como La Costilla de Adán o El Estado de la Nación; y desde ese primer encuentro, vivieron una historia de amor de 26 años, lleno de trabas y de complicidad a un tiempo. Un amor no consumado, discreto y autocensurado (él estaba casado y sus convicciones católicas le impedían divorciarse), pero tan entregado, tan honesto, tan devoto y tan fiel que sólo pudo separarles la muerte.

Precisamente, fue en su última película juntos donde esas cotas de complicidad en el escenario y en la vida real alcanzan su máximo más absoluto (una cima que nadie ha alcanzado jamás en la pantalla). Adivina quién viene esta noche no es sólo una gran película, magníficamente dirigida por Stanley Kramer, con un guión perfecto (ganador del Oscar), con memorables actuaciones de todo el reparto (Sidney Poitier está inmenso) y que trata con inteligencia, humor y abundantes dosis de sentido común el problema de las relaciones interraciales en una época convulsa (“Sois dos seres maravillosos, que os habéis enamorado y que, en definitiva, sólo tenéis un simple problema de pigmentación”). Es, además, la última película de Spencer Tracy, su legado póstumo. Y, lo que es casi más importante, la última película que compartieron Tracy y Hepburn. Y ambos lo sabían (él estaba ya muy enfermo; precisamente los últimos 5 años Kate había abandonado el cine para dedicarse exclusivamente a cuidar a Spencer). Por eso, el mítico discurso final de Matt Drayton, su personaje, trasciende la película y se convierte en la declaración de amor más sinceramente conmovedora de la historia del cine, porque cada palabra estaba dedicada no a Christine Drayton, sino a Katharine Hepburn:


La señora Prentice dice que igual que su marido, sólo soy un trasto viejo y acabado que ya ni remotamente recuerdo lo que es querer a una mujer como su hijo quiere a mi hija… Por extraño que parezca, esa es la primera acusación de entre las que hoy se me han hecho que puedo rechazar de plano (leve mirada de Spencer a Kate, ella con los ojos brillantes). Porque está usted equivocada, equivocada a más no poder… Sé exactamente lo que él pueda sentir y no hay nada, absolutamente nada de lo que su hijo sienta por mi hija que yo no sintiera por Christine. Viejo sí; acabado, sin duda. Pero puedo asegurarle que mis recuerdos siguen vivos, claros, intactos, indestructibles. Y seguirán vivos aunque llegue a 110 años. Lo único que importa son sus sentimientos y hasta qué punto se quieren el uno al otro (Spencer hace una pausa; Kate, en segundo plano, profundamente emocionada). Aunque sea la mitad de lo que nosotros nos quisimos… es suficiente”.

Y en este instante, él se queda mirando fijamente a Katharine, que tiene los ojos llorosos fijos en los suyos, y le dedica una leve sonrisa y un guiño de infinita complicidad. Durante todo este lapso, que dura 10 larguísimos segundos, el tiempo se detiene y sólo existen ellos dos. No hay cámaras, ni actores, ni director, ni técnicos; no hay actuación. Esos 10 segundos de mirada profunda y cómplice resumen una historia de 26 años.

Dos semanas después de finalizar la película, Spencer Tracy se levantó de madrugada para prepararse un té caliente; Katharine oyó el golpe de la taza haciéndose añicos contra el suelo. Spencer había sufrido un ataque al corazón; murió en los brazos de Kate. Era el 10 de junio de 1967. En el funeral por el alma de Spencer Bonaventure Tracy, celebrado en la iglesia del Inmaculado Corazón de María, estuvo presente todo Hollywood para despedir a una de sus grandes estrellas y dar el pésame a sus hijos y a su viuda, Louise Treadball Tracy. Mientras, Katharine Hepburn, a solas con su dolor, permanecía encerrada en su casa, por respeto a la mujer legal de Spencer.
Ella ganó el Oscar por su actuación, que dedicó al amor de su vida: “Siento como si se lo hubiera robado a Spencer”. Aunque nunca se atrevió a ver la película, pues, según confesó, le traía recuerdos demasiado tristes, demasiado profundos, demasiado dolorosos. Había perdido mucho más que su costilla.



Pero Spencer Tracy no murió del todo. Aún le quedaba una última película, una interpretación magistral 32 años después de su muerte: Carl Fredricksen, el viejo gruñón y entrañable de ‘Up’, cuyo único deseo es cumplir la última voluntad de su mujer, de su amor, Ellie, llevando en globo su casa hasta el paraíso que ella había soñado. Un homenaje póstumo a la altura del mito.

Os dejo el monólogo final de Spencer Tracy en Adivina quién viene esta noche, sin duda una de las escenas más emotivas y románticas de la historia del cine. Y de la vida real. Siempre me saca una lágrima o dos...



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