lunes, 9 de abril de 2012

La muerte del egoísmo


Lo escribió Michael O’Brian en La Última Escapada: “El precio que hay que pagar por una familia feliz es la muerte del egoísmo”. Loli, Toni y sus seis hijos no es que hayan matado el egoísmo, lo han pulverizado. Directamente. Ésa es la única razón (si es que la razón tiene algo que ver con esto) que explica su felicidad fuera de lo común.

Porque la familia García Garrido es, para empezar, una familia fuera de lo común, aunque ellos no se ven distintos de otros matrimonios con familia numerosa. El caso es que de los seis hijos de Loli y Toni, tres han nacido con, digamos, problemas. La mayor, Marimar (célebre por su documental Mar Afuera), padece desde los 6 años una enfermedad degenerativa sin diagnóstico, que ha ido paralizando su cuerpo progresivamente, año tras año, músculo a músculo, hasta que hoy, a sus 25 años, sólo puede mover los músculos del cuello y de la cara. Una circunstancia que, como ella misma dice, “no me quita las ganas de vivir”. La prueba es que acude todos los días a la Facultad, donde estudia Periodismo (su ilusión, o su meta, es dirigir un periódico), viaja a menudo, se divierte con su cuantioso grupo de amigos y participa en multitud de conferencias y charlas (es ponente habitual del Congreso para Jóvenes con Valores organizado por la fundación Lo Que De Verdad Importa).

A Marimar la siguen Isabel, de 24, que estudia Psicología, la rama de Criminología (influencias de CSI, supone su madre); Miguel Ángel, con 23 años y síndrome de Down, y que es el ángel de la casa; Rocío, de 19 años, que este año se examina de selectividad; José Luis, de 17 años, apasionado deportista; y Pablo, 10 años, que padece acondroplasia (el tipo más frecuente de enanismo, para entendernos), enfermedad que impide el crecimiento normal de los huesos, pero que a Pablo no le impide nada más, ni ser el crack de la clase al fútbol ni jugar a baloncesto como un campeón (cuenta su madre cómo se pasó 3 semanas tirando a canasta sin encestar, día tras día, con una fuerza de voluntad invulnerable, hasta que metió la primera; y de ahí, a no fallar ni una. Un verdadero luchador).

“Le puede pasar a todo el mundo”, dice Loli, “No es una situación tan excepcional; lo importante es tener una visión real de las cosas, afrontarlas de cara”. Sobre todo cuando en esa cara hay siempre una sonrisa. Loli y Toni lo tienen claro, una familia numerosa es más fácil de educar: sale el instinto de supervivencia de cada uno; los hijos se hacen más autónomos antes, se ayudan entre ellos, son más generosos… es una auténtica “Escuela de Virtudes”. Por supuesto que hay problemas, y días malos, y momentos de bajón, y ganas de tirar la toalla, a veces; pero esa sensación apenas dura unos instantes. Para los niños, el hecho de tener un hermano con problemas es una experiencia de vida única, una lección magistral que les enseña a convivir con ello, lo ven como algo natural. “Mis hijos han salido beneficiados”, dice su madre, con un brillo de orgullo en la mirada, “y nosotros también. Yo he aprendido de todos mis hijos, especialmente de Miguel Ángel.” Cuenta cómo un día, todos reunidos en la cocina, charlaban sobre el mejor amigo de cada uno. Cuando llegó el turno de Miguel Ángel, éste exclamó “¡Vosotros todos unos locos! El mejor amigo es Jesús”; intentaron convencerlo de que se referían a otro tipo de amigo, al que más quieres, con el que más juegas y hablas… Y él, muy serio, zanjó: “El mejor amigo es el que más te quiere”. Punto. Esa profundidad, esa intuición, esa capacidad de comprensión de Miguel Ángel le confirmó a Toni y Loli dos cosas: que Dios les está ayudando cada día y que en esta casa nunca hay que dar nada por sentado.

Otra de las lecciones diarias es que el sufrimiento es una escuela, en la que hay mucho que aprender. Tú decides si quieres o no; si aprendes superas la prueba, si no, suspendes. Al final, “todo está en la escala de valores que tú tengas”. Pero no es sólo una cuestión de sufrimiento, también de voluntad, y de esfuerzo, y de ganas de vivir. “Toni es un luchador, siempre mira hacia delante, desde el minuto uno; y nuestros hijos han salido a él”. Por ejemplo: cuando Marimar fue a examinarse de Selectividad, le negaron la adaptación curricular y la obligaron a realizar el examen con todos los demás alumnos, en la misma aula y con el mismo tiempo, no querían “favoritismos” (ella, claro, no podía ni siquiera usar el bolígrafo). Se tiró llorando de jueves a domingo, hasta que dijo “¡Basta! Se van a enterar de quién soy yo”. Y se enteraron: después de tres días de examen oral, incluyendo matemáticas (¡toma “favoritismo”!), aprobó con nota. Decía El Principito que la peor barrera es la que tenemos nosotros en nuestra cabeza. Por eso Marimar nunca se ha quejado, no ha perdido la alegría, y ni siquiera ha necesitado un psicólogo. Aunque suene excesivo decirlo, es feliz con su enfermedad. Se siente muy útil hacia los demás, por poder demostrar que es capaz de hacer muchas cosas y ser una persona “normal”, como ya hizo en el famoso documental Mar afuera, que fue una respuesta rebosante de vida y optimismo al pesimismo oscuro de Mar adentro, la película de Amenábar.

En esta sociedad egoísta, hipócrita y cobarde, Loli, Toni, Marimar y sus hermanos nos abren bien los ojos, nos apartan la mirada de nuestros ombligos y nos dan una lección de fe y de coraje, de amor y generosidad sin medida, sin condiciones. Tal vez sea éste el secreto de su felicidad.




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