viernes, 24 de marzo de 2017

Johnny Cash. Sólo un cantante.

“No soy un salvador, no soy un santo; el hombre con las respuestas ciertamente no soy. Nunca te diría qué está bien y qué está mal. Sólo soy un cantante de canciones (…) Pero puedo hacerte ver a través de los ojos de los amantes y entender sus sueños. Y llevarte a la ciudad donde un hombre fue crucificado; puedo decirte cómo vivió y por qué murió (…) No soy un gran hombre, ni proclamo serlo; pero cuando me encuentre a mi Creador no agacharé la cabeza, me mantendré orgulloso y fuerte y diré: Señor, yo era un cantante. Sí era un cantante de canciones” (A Singer Of Songs). Tal vez Johnny Cash no se considerase a sí mismo más que un cantante de canciones, pero para el resto del mundo, para todos los que le admiramos y veneramos, fue mucho más. Fue, sencillamente, uno de los más grandes. En la música y en la vida.



Y es que la música y la vida suelen ir siempre de la mano. En el caso de Johnny Cash, ambas nacieron en los campos de algodón de Dyess, Arkansas (“la primera canción que recuerdo haber cantado fue I Am Bound for the Promised Land, en la trasera del camión que nos llevaba a los campos”), donde su madre cantaba, y a veces lloraba, aquellos lamentos gospel que apenas hacían olvidar las desgarradoras jornadas de sol a sol entre infinitas hileras de algodón y espinos, pero que sembraron la semilla de la música en el alma del joven J.R., y allí mismo comenzó a germinar. “Dios te ha tocado con su don, hijo. Nunca olvides el don”, le dijo su madre. Su cometido, comprendió el niño en ese momento, era cuidarlo y usarlo bien.

Johnny Cash nació el 26 de febrero de 1932, en plena Depresión. Su primer hogar fue una cabaña mísera, regalo del New Deal, que compartía con sus padres y seis hermanos. Entre el algodón y la música, trabajó en un taller de coches en Michigan, fue interceptor de mensajes cifrados en las Fuerzas Aéreas, en la Alemania de la postguerra, y vendedor a domicilio en Memphis. “Fui un gran operador de radio, y un pésimo vendedor”. La trágica muerte de su hermano Jack (“mi héroe, mi mejor amigo, mi compañero, mi protector”), debido a un accidente laboral, marcó toda la vida de Johnny Cash. Su pérdida dejó un rincón enorme, frío y triste en su corazón, que permaneció hasta su muerte; aunque siempre sintió su presencia en los momentos de negrura. Como cuando estaba vivo, nunca le falló.

Y realmente, esos momentos oscuros fueron muchos a lo largo de su vida. Johnny Cash vivió toda su existencia en la cuerda floja, entre el tormento de las drogas y el alcohol, o el del fracaso y el éxito, que a veces apenas se diferenciaban. Pero desde el primer single que grabó, (‘Cry, Cry Cry’ y ‘Hey, Porter’, 1954) hasta sus últimas grabaciones, American Recordings, cuyo último episodio se publicó 7 años después de su muerte; desde su primer matrimonio fallido, destrozado por su atracción suicida por la perdición, hasta el encuentro de su amor verdadero y redentor, al que siguió incluso en su muerte; desde su adicción por las anfetaminas y derivados hasta su devoción por la Biblia, por la oración, por Jesús; desde el niño miserable que recogía algodón hasta la estrella refulgente y admirada en todo el mundo, John R. Cash ha sido, ante todo, un hombre honesto, un alma buena y un espíritu libre.

Y de la mano de la vida, a la música. También fueron duros sus incicios, como los de todos. Pero tras grabar su primer single, en el mítico estudio Sun Records de Sam Phillips, descubridor también de Elvis Presley, comenzó su vida en la carretera y, de paso, arrancó su sueño. Junto a Elvis, Jerry Lee Lewis y Roy Orbison (¡vaya cartel!) recorrió los pueblos de todo el país y comenzaron a sonar sus éxitos en la radio. Cuando a ellos se unió June Carter, hija de la gran estirpe de la música folk americana, el éxito se multiplicó; y también las dos adicciones de Johnny Cash: las anfetaminas y la propia June. En 1962, tocó fondo. Fue en un concierto en el Carnegie Hall, cuando salió al escenario tan ‘colocado’ que no pudo ni cantar, y por primera vez fue consciente de su problema, de su enfermedad. June se convirtió en su ángel de la guarda, “Dijo que conocía mi soledad, que éramos almas gemelas y que lucharía por mí con toda su voluntad. Lo hizo convirtiéndose en mi compañera, mi amiga y mi amante, y rezando por mí”.
     Con ella, Johnny Cash reencontró a J.R. Y también reencontró a Dios. “Siempre he sido cristiano; en algún lugar entre el mejor y el peor cristiano —reconoció en su autobiografía—. Intentando, pese a mis muchos fallos y mi continuada atracción hacia los siete pecados capitales, tratar a mis semejantes como lo hubiera hecho Cristo”. Tal vez fuera esa la razón que le impulsó a llevar un sincero consuelo a los presos de San Quintín o años después a los de Folsom, conciertos que le devolvieron el estrellato en 1968. Unos meses antes, se había casado con June Carter, tras haberle pedido la mano en plena actuación, delante de miles de personas. Un año después tenía su propio programa de televisión, y en 1970 nació John Carter Cash, su hijo. La vida le sonreía, y la música también: en 1971 compuso una de sus canciones inmortales, un auténtico himno a los desheredados, Man In Black (“visto de negro por los pobres y abatidos… Por el viejo enfermo y solitario… Por las vidas que ya nunca serán… Hasta que las cosas sean mejores, soy El Hombre de Negro”). Como él mismo reconoció, “la sobriedad me sentaba bien”.


Su vida y su música transcurrieron como siempre habían transcurrido, entre el éxito y el olvido, entre la carretera y su paraíso en Cinnamon Hill, Jamaica, entre la devoción por su familia y el amor a Dios, entre la serenidad y las recaídas. Cantó con los más grandes, visitó la clínica Betty Ford, se apagó su estela creativa y comercial durante años y volvió a brillar con más fuerza que nunca en 1994, cuando se unió al productor Jack Rubin y comenzó a grabar la serie American Recordings. Canciones profundas, oscuras, desnudas, acompañadas por un piano, una guitarra y la voz envejecida y grandiosa de Johnny Cash, y por su alma herida: “Me he herido hoy, para ver si aún siento… ¿En qué me he convertido? Mi más dulce amigo; todo al que conozco se va, al final…” (Hurt).

El 12 de septiembre de 2003 John R. Cash también se fue. Tomó su última carretera apenas cuatro meses después de la muerte de su esposa, June Carter Cash, su amor, su ángel, su amiga, su compañera en la música y en la vida. Ese día, cuando Johnny llegó ahí arriba, probablemente se subió al escenario y entonó un bello gospel junto a su madre, su hermano Jack, June, Roy, Elvis y tantos amigos que se le adelantaron en la última gira. Y a uno, la verdad, le hubiera encantado haber estado ahí, en primera fila, sin perder una nota, sin perder una sílaba, sin perder un gesto de ese tipo grande y honesto que fue mucho más, muchísimo más, que un "cantante de canciones".




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